En 1952, en otoño o así, situó Clemente Alonso Crespo el Segundo Manifiesto (Ópico) Jounakos que la OPI oficinapoéticainternacional lanzó desde su general establecimiento en Zaragoza (Il Mondo), «al país y sus alrededores más céntricos». Se presentaron: «Somos pues los jounakos el enciclopédico cuerpo de la magia ritual de la Existencia cósmica y etcétera». Y su poesía ópica, «religiosa en sentido primordial de absurdo juego fundamental y catártica (vía de conocimiento), depurativa, liberadora y proféticamente acusadora». Entre otros miembros, integraron la OPI: Miguel Labordeta, Gran Lama del Pilotaje; Carlos Edmundo de Ory, Botones del Ultracielo; Eduardo Cote Lemus, Glorioso Alférez Colombiano; Pío Fernández Cueto, Gran Juglar de las Españas; Manolo Arce, Hombre de Santander; Laguardia (pintor), Soldado de 1ª; Gabriel Celaya, Ingeniero del mar; Fermín Aguayo (pintor), Lírico Lunar de los barbis; Sol Acín y Carmen Sender, poetisas, Secretarias no secretas; Cesáreo Rodríguez Aguilera, Fiscal de la OPI; Santiago Lagunas (pintor), Astrónomo Constructor de Templos; y Pepe Orús (Horus), Joven solar. Entre el 21 de abril y el 21 de mayo, «por Tauro de esta galaxia, hacia 1960 (relativamente)», la OPI publicó el primer número de su revista despacho literario de la oficinapoéticainternacional (1960-1963) editada en los «destartalados palacios de Buen Pastor I, Zaragoza (España), con sus graves proyectos de reflexión, pasión y lontananza de muy señor mío», donde dar cita a «voces importantes en esta ciudad del Ebro, de pequeños mercaderes y vientos NO, voces creadoras y humanísticas, de exigente temperatura encantadora intelectual». Entre esas voces creadoras de poetas y artistas, la de Orús, miembro fundacional de la OPI, cuya pintura ocupó las páginas de la revista, que también publicó dibujos de Lagunas, Aguayo y Laguardia, ya editados en la revista Ansí, de Julián Borreguero o Antonio Fernández Molina, y atendió a la obra de Serrano.

Al crítico rumano Cirilo Popovici, residente en Madrid desde 1944 adonde llegó desde Italia con su esposa, la artista María Droc, confió José Orús (Zaragoza, 1931-2014) el texto de su exposición individual celebrada en la Asociación Artística Vizcaína, de Bilbao, en mayo de 1959. Quizás sea aquel prólogo el artículo que despacho literario recuperó en su primera entrega con el título de La pintura aformal de Orús. Popovici, firme defensor de la abstracción frente a quienes la calificaban de impostura, extravagante o locura, llamó la atención a quienes no comprendían la nueva estética sobre su estrecha relación con otras cuestiones tales como el comportamiento de la materia y del universo, que tanto interés suscitaban en aquel momento. Y para superar el retraso estético, aconsejaba aproximarse sin prejuicios y buena voluntad a la obra de arte abstracto convencido de que su contemplación permitiría descubrir nuevas dimensiones del Universo. Y eso, precisamente, era lo que sucedía con la pintura de Orús, «que penetra en unos misterios que este mundo nos cubre con el mayor recelo. Su pintura, como todo arte abstracto, no representa nada a lo que estamos acostumbrados a mirar en nuestro derredor. Los conglomerados que aparecen sobre los fondos movedizos de las telas de Orús, son como condensaciones de aquel fluir que está al límite de la materia y de la nada de lo real y de lo ficticio”. Quiso aclarar que la pintura abstracta de Orús tenía un nombre: aformal, «lo que no quiere decir carente de toda forma: forma significa sentido y no topografía. Tan solo estas formas ya no responden a las viejas normas del espacio». Las expresivas manchas oscuras de las pinturas de Orús se derramaron por las páginas del último número, el cuarto, de la revista despacho literario, editado en 1963, allá por Capricornio.

En 1963 José Orús estaba inmerso en el proceso alquímico que le conduciría a la luz. Habían pasado trece años desde que decidió ser pintor. En noviembre de 1950 presentó sus obras junto con las de Antón González, Hanton, en la galería que el grupo de jóvenes artistas Los Siete tenían en Valencia. La prensa les atendió a pesar de no tener referencias de sus trayectorias. De las obras de Orús, F. G. del diario Levante anotó sobre sus dos Guiñol: «ciertos valores de plasmación fantástica y surrealista, como pesadilla, con los monstruos producidos por aquel Sueño de la razón, ya señalado por Goya, y aquí brilla por su presencia. También, y aunque simplificando y como desleyendo los elementos del paisaje natural, las dos series de Montañas y Marinas, dicen algo y no solo por sus alusiones y recuerdos semiverosímiles». Antón González recordaba que la obra de Orús de aquel tiempo era diferente a la de los escasos pintores abstractos de Zaragoza: «una especie de lírica componía y descomponía sus lienzos llevándolos a un mundo subterráneo con atisbos surrealistas».

En mayo de 1951, Orús presentó en la galería Reyno de Zaragoza una serie de óleos que decidió no titular. Para el crítico del diario Amanecer, las obras de concepción «realista-simbolista» representaban «simas infinitas pobladas de espectros, monstruos que galopan por campos apocalípticos, formas que hienden un mundo de sombras, y todo construido en estructuras fibrosas en colores puros, en masas desdibujadas de un macrocosmos de espeluzno», en las que el autor se había «sumergido en un mundo de sueños, alucinaciones y pesadillas». Luis Torres, desde Heraldo de Aragón, trataba de comprender y defender la pintura nueva, «pero esta es demasiado reciente». Orús, escribió, que pertenece al grupo de abstraccionistas, emplea el óleo clásico de tubo con resultados que distan de ser los habituales: «derrama los tubos de pasta sobre el lienzo y lo embadurna como se suele hacer al limpiar la paleta o lo coloca a golpes nerviosos y caprichosos de espátula. Decimos caprichosos aunque el pintor sabe, sin duda, por qué lo hace; pero no quiere ni aclararnos sus secretos designios ni sus sensaciones intitulando sus cuadros. Ha expuesto dieciocho y a ninguno le ha puesto título». Orús no daba pistas y el periodista concluyó: «No sabemos lo que quiere decir y tememos mucho que en algunas de estas abstracciones haya más bien plagios o camelos que verdaderas ideas originales plásticas». Al año siguiente, presentó cuatro pinturas al II Salón de Artistas Aragoneses Modernos. Sin título.

Baratario entrevistó a Orús en su estudio de la calle Méndez Nuñez, en junio de 1961, para el diario Amanecer con motivo del homenaje que la Agrupación Artística Aragonesa dedicó al artista por su reciente éxito en la exposición Art Espagnol Contemporain celebrada en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas. Orús estaba contento: el arte abstracto triunfaba en todos los países, había firmado contrato con la galería Saint-Germain de París, y su obra estaba seleccionada para figurar en importantes citas internacionales. Quedaba tiempo para seguir experimentando, como un alquimista, con los secretos de la materia, del color y de la luz.