El zaragozano Miguel Pascual Laborda ha escrito la gran historia de los pequeños coches españoles, aquellos ingenios precarios que fueron eslabones entre la motocicleta y el automóvil. El libro, publicado por Benzina Edicions, es el resultado de una investigación profunda, nunca realizada hasta ahora, que arroja multitud de datos, numerosas anécdotas y una información preciosa sobre el paisaje de esa España que intentaba echar a andar en tiempos de feroz autarquía.

Los microcoches hicieron época. En el horizonte de la automoción se situaron en el extremo contrario de los haigas , esos lujosísimos vehículos cuyo nombre algunos sitúan en esa frase con la que irrumpía el nuevo rico en el concesionario: "Quiero el coche más grande que haiga".

Los micros eran bastante más discretos, pero su peripecia es muy rica, como demuestra Miguel Pascual en las 250 páginas de Microcoches españoles . Su libro, que aporta decenas de fotografías sobre los diferentes prototipos, tiene una cuidadísima edición; está hecho al detalle.

Con un planteamiento muy claro, se desmenuza la génesis de esos ingenios que funcionaron sobre tres o sobre cuatro ruedas y que tuvieron, por lo general, una vida efímera. Los reyes de este sector fueron los Issetas --el coche huevo , cuya imagen se muestra en el ángulo izquierdo de la página--, Biscuter (se fabricaron 12.000 unidades aproximadamente), PTV y Goggomobil. Pero además de estas marcas célebres, existieron bastantes más. Y algunas de ellas procedentes de Zaragoza.

EDICION ESPECIAL

"Cuando Salvador Claret me encargó este trabajo, al principio se pensó que iba a salir poco material, pero después comprobamos el potencial que había detrás y entonces se vio que el tema merecía un libro especial", subraya el autor. Y es que nunca se había abordado este asunto de manera específica, sino como un capítulo de la historia general del automóvil o formando artículos dispersos en revistas especializadas, sin profundidad y casi siempre repitiendo lo ya escrito.

"El libro había que hacerlo ahora o nunca, ya que muchos de sus protagonistas son de edad avanzada o han fallecido". Miguel Pascual Laborda tuvo que investigar con auténtico tesón. "Partiendo de pequeñas referencias previas, remití cartas y me puse en contacto también con Jefaturas de Tráfico. He recibido apoyo de gente anónima que me pusieron sobre pistas fundamentales", asegura.

"En España el microcoche nació como un productor de posguerra, pero de forma tardía: en los años 50, en lugar de en los 40, como en otros países europeos. Además aquí se vivía en pleno aislamiento, en autarquía. Pero el país precisaba vehículos, así que parte de la industria motociclista se fue adaptando a artilugios de tres o cuatro ruedas y, por otro lado, se recuperaban piezas de vehículos de guerra para su transformación", subraya.

Esos híbridos eran casi todos artesanales, salvo en algunos casos donde sí existían pretensiones de comercialización. En esto último fallaba la compleja cadena que después debía acompañar a los coches: los repuestos, servicios técnicos y otras garantías para el comprador. Matricular el auto era relativamente fácil; lo difícil era lo que venía detrás de aquellas aventuras. Porque la mayoría de los microcoches nacían sin red, sin algo que los sustentara.

Aquellos inventores de la microautomoción sabían hacer maravillas con el reciclaje. A su modo, fueron unos adelantados. Gracias a la búsqueda aquí y allá, buena parte de los creadores intentaban sortear la carestía o la escasez de las materias primas. "El Estado demostraba cierta ambivalencia. Por un lado venía muy bien eso de que España inventa, España fabrica, pero por otro a los creadores les tenía condenados, porque en el sector del