Amenos que haya pasado el último año y medio de retiro espiritual, seguro que usted ha oído hablar del caso Netflix. Desde que sus responsables decidieron que querían producir sus propias películas y exhibirlas en su servicio de streaming -y, más, desde que decidieron que querían ganar premios con ellas- la empresa se ha visto convertida en asunto central de un encendido debate en el seno de la industria entre quienes consideran que Netflix está matando el viejo cine y quienes asumen que sus métodos encarnan el signo de los tiempos. Calma, que aquí no se está muriendo nadie. Hablamos simplemente de dos modelos económicos enfrentados, y quienes han construido su negocio con el de toda la vida han declarado la guerra a quienes a su juicio amenazan con llevarlos a la ruina. La polémica en torno a Netflix, pues, es muy parecida a la que rodea a Cabify o AirBnB; y para entender su complejidad no hay más que fijarse en Martin Scorsese, que por un lado es cabeza visible de una fundación dedicada a la preservación de títulos clásicos pero por otro ha contado con Netflix para producir The Irishman. Y también a Netflix han recurrido para hacer sus nuevas películas otros autores como Paul Greengrass con 22 de julio; los hermanos Coen con La balada de Buster Scruggs; Alfonso Cuarón con Roma; o Guillermo del Toro, con Pinocho.

Con Del Toro habla Nando Salvà sobre el sentido de todo esto. Y en cuanto a Cuarón y el polémico estreno de Roma, Beatriz Martínez intenta desentrañar las razones por las que solo se estrenará en cinco cines de España. ¿Boicot de exhibidores o lógica empresarial?