Cinco años después de la discutida Prometheus, Ridley Scott prosigue su reexploración del universo Alien -el que lo propulsó a la fama internacional a finales de los 70- en una segunda precuela que quiere ser, al menos en parte, regreso a los orígenes. ¿Cómo ser fiel a las inquietudes personales sin, perdonen el juego de palabras, alienar a los espectadores que asocian la saga con el desfile de monstruos y los despliegues hemo-globínicos? Scott busca ese difícil equilibrio en Alien: Covenant, que llega hoy a las carteleras después de un desarrollo en apariencia casi tan infernal como el paisaje de la película.

Esto no va, como se preveía en un principio, del destino del viaje de Elizabeth Shaw, heroína de Prometheus. Hay una nueva nave, la del título, en misión colonizadora, tripulada por, entre otros, el capitán Jacob Branson (James Franco), su esposa Daniels, experta en terraformación (Katherine Waterston), el piloto Tennessee (Danny McBride) y el comandante Oram (Billy Crudup). Mientras reparan los daños de un golpe de radiación cósmica, reciben una extraña señal en la que una mujer canta Take me home, country roads, del cantautor country John Denver, otra vez reivindicado tras su papel significativo en Free fire, la película de Ben Wheatley.

La señal proviene de un planeta misterioso, hasta ahora fuera de su radar, pero demasiado tentador para dejarlo pasar. Está a semanas y no años de su primer destino, Origae-6, y sus condiciones son parecidas a las de la Tierra. Acaban dirigiendo su rumbo hacia ese nuevo horizonte, a pesar de la (acertada) disensión de Daniels, segunda de a bordo. Más pronto que tarde, un entorno de apariencia majestuosa y aire respirable revelará su lado malo, que es importante y puede cobrar muchas formas.

Alien: Covenant es secuela de Prometheus, pero como ya indica ese Alien ahora situado estratégicamente en el título, esta nueva entrega se preo-cupa tanto de profundizar en la mitología como de recuperar sabores clásicos de la saga: los impulsos de terror y acción tecnológico-militar que movieron, respectivamente, Alien, el octavo pasajero (1979) y Aliens, el regreso (1986).

Scott volvió a la saga preocupado por dar respuesta a grandes preguntas: no solo quién creó al xenomorfo, sino también, directamente, quién creó a la humanidad. Esta clase de preguntas suenan en boca de Peter Weyland (Guy Pearce), el creador de Weyland Corp, quien al principio de Prometheus mantiene una conversación altamente filosófica con el recién creado androide David (Michael Fassbender). En Covenant se combinan escenas en esta línea con otras que nos recuerdan que Alien, el octavo pasajero era, en primera instancia, una película de monstruos al estilo de la serie B de los 50.

Aunque tuvo un gran éxito en taquilla (casi 370 millones de euros recaudados en todo el mundo), Prometheus no fue del todo bien recibida ni entre los fans ni entre los críticos, en particular por las flaquezas del guion de Damon Lindelof (uno de los máximos responsables de Perdidos), quien reescribió el trabajo de Jon Spaihts y eliminó múltiples referencias a la iconografía familiar de la saga. Con Lindelof fuera del equipo por otros compromisos, Scott se decidió, tras algunas dudas existenciales, a recuperar esas referencias. En el descoyuntado resultado se notan los cambios de idea y rumbo y un baile de guionistas que ríanse de Los Picapiedra.

Para que las precuelas alcancen al filme de 1979 harán falta, según Scott, otro par de películas; una de ellas ya se escribe y se empezará a rodar en 14 meses. La que ha pasado a mejor vida es la secuela que iba a dirigir Neill Blomkamp, en la que se rumoreó podrían reaparecer los personajes del cabo Dwayne Hicks (Michael Biehn) y la niña Newt (Carrie Henn) de Aliens, el regreso. Es decir, más mediocuela que secuela. Pero no ha colado.