En el relato inicial de El viento en las hojas (Anagrama), un niño llega cada día a la heladería y, después de ver todos los sabores y de tomarse su tiempo para decidir, siempre elige el helado de limón. ¿Por qué? "Es un canto a la libertad que no significa tanto el hacer como el poder hacer. Barajo otras posibilidades y veo cuál es la que me conviene. La libertad es poder hacer eso pero también estar atentos a las otras patas de mi decisión" arranca J. Á. González Sainz, que estuvo el martes presentado su último libro en la librería Los portadores de sueños.

"El libro está pensado como libro antes de construir sus fragmentos. Es una dispersión, de refracción del tema del tiempo, tema fundamental del libro, con el objeto del deseo, la fascinación por el mal, la libertad..." Interrogado por ello, González Sainz defiende el simbolismo en su literatura: "No creo que mi literatura sea estrictamente realista, yo juego con material simbólico, incluso alegórico, cuando sale un objeto o un gesto intento sacarle punta, elaborarlo hasta trenzarlo con el argumento. A veces es más importante un objeto que un personaje. Y es que en mis libros pasan muy pocas cosas pero intento trabajarlas en profundidad. Frente a la novela que trabaja por acumulación, el cuento se juega todo en pocas páginas y lo fundamental es la condensación y el trabajo en intensidad y sabiendo que el cuento juega a varios niveles y es más importante lo inexpresado que la superficie".

VERTEBRADOS POR EL SONIDO El viento en las hojas

está compuesto por siete relatos vertebrados precisamente (de ahí el título) por el sonido del viento: "Se trata de en todos los cuentos poner en funcionamiento una razón narrativa que vaya buscando, investigando, tratando de ahondar y que en determinados momentos se dé de bruces con ese sonido de lo misterioso. Es el sonido de lo inexplicable, de lo inefable, del misterio de la vida que por mucho que lo profundices reaparece. El sentido de que la vida se nos escapa siempre y es mucho más de lo que podemos llegar a pensar de ella. Y eso no quiere decir que tenemos que renunciar a pensar de ella sino todo lo contrario, intento rebuscar y hacernos con un entendimiento de la vida lo que nos lleva a que ese sonido nos lleve más allá de la historia". reflexiona González Sainz que tiene claro que su literatura exige del lector una atención plena de la que espera "el lector se vea recompensado".

¿Está preparada la gente hoy en día para eso? "Si no lo estuviéramos es que algo grave estamos perdiendo. La enfermedad del alma contemporánea consiste en la incapacidad de que el mundo o los textos no sean legibles. En el momento en que dejamos de leer un texto es que tenemos el alma enferma y esa es una de las enfermedades más insidiosas de nuestro mundo contemporáneo y eso trae una serie de dispersiones, de elección de banalidades que nos puede llevar a algunos vértigos en nuestra vida social. La gente está acostumbrada a la banalidad, a no distinguir entre lo válido y lo no válido, a no jerarquizar y eso puede traer consecuencias graves a medio plazo", dice con contundencia el escritor que es, además, traductor, y que sigue con su argumento: "También era un sueño ilustrado pensar que todo el mundo iba a tener capacidad de disfrutar de textos de cierta envergadura pero que por lo menos que la gente que toma más decisiones sea capaz de tener un gusto estético, una capacidad ética y una capacidad de deliberación política...".