Sin Dios, sin esperanza, sin justicia, podemos sentirnos abandonados a nuestra suerte. Y esa realidad trágica en lugar de llevarnos a la desesperación puede invitarnos a una afirmación voluntaria y apasionada de la propia existencia. Cada hombre desde sí mismo afrontaría entonces lo que el filósofo Georges Bataille, partiendo de Nietzsche, llamó "volonté de chance" (voluntad de suerte).

El escultor y filósofo Alberto Gómez Ascaso (doctorado con tesis sobre Bataille) ha instalado en la Plaza de España de Zaragoza una decena de esculturas que plasman la intuición del pensador francés. Erguidas y desnudas en su mayoría, configuran en círculo un espacio interior de recogimiento, de extrañeza, de silencio, como ya lo hicieron en la reciente retrospectiva en la Lonja. En su catálogo, Elvira Burgos hablaba de "la entrega a la existencia, valiente pero sencilla, incluso en sus aspectos más terribles, sin aspavientos ni dramatismos, menos todavía bajo las órdenes del criterio moral".

Ahora, a la intemperie, desde su suave pero resuelto erguirse en el espacio, desde la quietud callada de cada una, con esa "majestad y gentileza" que reclamaba Baudelaire, acogen las esculturas a la gente que cruza (se pare o no a mirarlas), a niños que se suben a sus pedestales, a jóvenes que brujulean con la bici y a oscuros iconoclastas que las mutilan.

Gómez Ascaso ha publicado ahora un libro: Mi voluntad de suerte (Ed. Carlos Gil de la Parra, 143 páginas) en el que parte de un Preludio ("no un prólogo, porque esto se acerca más a un ludere que a un logos"-"aquí no se intenta poseer a la suerte, se juega con ella; jugar es vivir el presente, tener voluntad de suerte- jugar es aprovechar el momento, coger al vuelo la ocasión- decir sí al riesgo de estar vivos-"). Para pasar concluir que hablar de esto no resulta sencillo, dado que se trata nada menos de "la afirmación sin condiciones del sinsentido de la vida".

El relato filosófico del libro viaja en paralelo con una parte muy precisa de su obra plástica. Gómez Ascaso eligió 17 esculturas que configuraban su voluntad de suerte, su manera de estar en el mundo y de entender la libertad: "Bataille decía que escribir es hablar a todos, pero de uno en uno y en voz baja". El escultor reflexiona por escrito sobre cada una de sus piezas en ese tono. Y resume: "Modelar la belleza es una forma de aproximarse a ella; sentirla sin poseerla, amarla sin esperar nada, sin desear nada". Hay algo que invita a vivir en esas escuetas anatomías contemplativas. Los Burgueses de Calais, de Rodin, expuestos hace años en la calle Alfonso afrontaban su destino, aceptaban la muerte. Sus rasgos escultóricos exageraban la anatomía, como una despedida de la vida a lo grande, aunque estuviera depositada en manos de otros.

Gómez Ascaso llega desde las antípodas. Sus esculturas, resueltas y ligeras, no ponen la vida en manos de nadie, y aceptan ese reto en medio de la plaza, bajo el gran monumento alado a los Mártires, bajo la descomunal bandera nacional que ondea sobre ellas, descreídas de cualquier amparo (vivimos tiempos de pérdida de fe en el Estado, de ateísmo civil). Y, como la gente en el Metro de Madrid de los años 60, como las filas actuales ante las oficinas del paro, gente tenaz y malherida que se mira en silencio, así muestran estas obras su voluntad de suerte, desamparadas y sencillas, pero sin dimitir de su filosófica y terca afirmación de la existencia.