Josu Jon Imaz se ha estrenado en la presidencia del PNV con una encendida defensa de la "nación cívica" donde todos los ciudadanos tengan los mismos derechos civiles y políticos, sin exclusiones, y en la que se pueda discrepar libremente. En su primer discurso ante la militancia, Imaz apostó por una patria "abierta e integradora" y ésta, dijo, no se construye "a la defensiva ni contra nadie", sino de forma "solidaria".

También abogó Imaz por "fortalecer la relación con los partidos nacionalistas del conjunto de las nacionalidades del Estado". "Una estrategia común es necesaria para avanzar en el reconocimiento a los pueblos y naciones del Estado español y el respeto a la voluntad de sus ciudadanos", subrayó.

Recalcó que el proyecto del PNV no es el proyecto de ETA y aunque afirmó que el partido "arriesgará" para lograr la paz, también advirtió de que el fin de la banda no estará sujeto a "chantajes" ni se admitirá que para acabar con la violencia haya que hacer "abstracción" de la pluralidad política de Euskadi. Se declaró dispuesto a "buscar caminos" para la paz, pero dejó claro que no habrá acuerdo con Batasuna.

El mensaje integrador dominó una intervención en la que Imaz no quiso olvidarse de nadie. Mencionó con especial calor a Xabier Arzalluz, pero éste no le dirigió ni una sola palabra de bienvenida, apoyo o ánimo.

El frío desapego de Arzalluz, quien había apostado por Joseba Egibar, hizo más notable el tono mesurado e innovador con el que el nuevo líder del PNV desgranó los ejes de su compromiso. Entre ellos, el que afecta a la defensa del plan Ibarretxe y el logro de la paz apostando por los derechos humanos. Así, consideró "intolerable" que se persiga a las personas por sus ideas y pidió a los 31.000 militantes del PNV que se transformen en un "ejército de solidaridad activa" con los amenazados.

Apeló a la unidad del partido, elogió a su contrincante, Egibar, y, con elegancia, recordó que las "maniobras bajo la mesa o las maledicencias" lo único que harán será "limitar" la fuerza del PNV.