Nadie recuerda un agosto sin turistas en Londres. "He abierto la semana pasada. Estoy vendiendo un par de tonterías al día. La cosa está fatal. No hay absolutamente nadie". Quien dice llamarse Sam, está a cargo del quiosco de camisetas, banderitas, y otros muchos recuerdos perfectamente prescindibles frente al Parlamento. El lugar está semivacío, como el resto del centro. Tiendas, bares, restaurantes han reabierto, pero no hay clientes. Los empresarios del sector turístico advierten de la pérdida de 50.000 empleos sólo en el West End, donde teatros y locales del música con vivo, como el legendario Ronnie Scott's, siguen cerrados.

En el London Eye, hace cola una veintena de personas, la mayoría parejas británicas, con niños pequeños. Antes de montar en la capsula herméticamente cerrada, un empleado les toma la temperatura. La mascarilla es obligatoria y el ticket hay que comprarlo antes en internet. Hace sólo unos días que la noria ha vuelto a funcionar. Al lado, otras dos atracciones, el Aquarium y el London Dungeon, están desiertas. Ni rastro de las masas habituales que se concentran en este punto. Dos muchachas y un chico de Bulgaria son los únicos paseantes en el puente de Westminster. "No, no hemos venido de nuestro país. Vivimos aquí. Teníamos el día libre y estamos aprovechando". La foto con el Big Ben de fondo es inevitable para quien pise por primera vez la ciudad, pero el reloj en reparación, anda escondido entre andamios.

BEEFEATERS EN PELIGRO

A la ausencia de los 19 millones de turistas extranjeros anuales en Londres se suma la de funcionarios y oficinistas, que siguen trabajando desde casa. Ese doble golpe está haciendo que la recuperación económica en el capital vaya por detrás de la de otros lugares en el país. En torno a la catedral de San Pablo, donde se mezclan habitualmente trabajadores de la City y visitantes, la actividad es nula. En otro lugar icónico, la Torre de Londres, se plantean por primera vez el recorte de la plantilla de los Beefeaters, que actúan como guía y son, junto a las joyas de la Corona, la gran atracción de la fortaleza.

Alexander Bureau decidió no renunciar a las vacaciones. Ha venido desde Nantes con sus dos hijos, unos gemelos de 10 años, que andan persiguiéndose. Sin quitarles la vista de encima explica que el viaje "era una sorpresa de cumpleaños para los niños". "Compré los billetes de avión hace tiempo, antes del coronavirus". La familia se aloja en un hotel y el plan es enseñara los críos los lugares típicos que el padre descubrió en su primer viaje a Londres, "del Palacio de Buckingham al mercadillo de Camden". ¿Y el virus? "Tendremos mucho cuidado, claro".

GOLPE AL SECTOR DEL LUJO

Los museos de South Kensington, el Victoria and Albert y el de Historia Natural reabrieron esta semana. A cinco minutos a pie, en los escaparates de los almacenes Harrods ya han colocado la ropa de otoño. Parte de las colecciones primavera-verano marcharon impolutas a un nuevo 'outlet' abierto como solución de emergencia en el centro comercial de Westfield. Cualquier otro año, Harrods estaría repleto de gente de cualquier lugar del planeta, en bermudas y sandalias, disfrutando del placer de mirar. Quizás no se lleven el bolso de Dior, o los 'sneakers' de Balenciaga, pero algo siempre cae, aunque sea la cajita de té o las galletas de mantequilla. Esta mañana, los clientes se cuentan con los dedos.

Las distancias sociales que se han marcado tras la reapertura son innecesarias. Los dependientes, habituados a no parar, están ahora mano sobre mano en el opulento Food Hall. Nuevas vitrinas de grueso cristal protegen quesos continentales, carnes magras, frutas exóticas, comidas preparadas dignas de un banquete real y lonchas de salmón ahumado junto a las latitas de caviar a precios obscenos. Harrods es símbolo del lujo, otro sector especialmente tocado por el coronavirus.

SIN MULTIMILLONARIOS ÁRABES

Los famosos almacenes, propiedad de la familia real de Qatar, son la tienda de la esquina para los multimillonarios del golfo Pérsico. Grupos de mujeres en chador suelen deambular de planta en planta, recorriendo cada rincón, a la búsqueda del nuevo capricho y del qué me compro hoy. Ese turismo derrochador retorna cada verano a los barrios de Mayfair y Knightsbridge, huyendo del calor del desierto. Londres es su segundo hogar, el lugar para ir de compras y divertirse y, aunque en porcentaje, el número de visitantes de Oriente Próximo es pequeño (el 19 en la lista de turistas en el Reino Unido), en términos de dispendio son los segundos, justo detrás de los chinos. Ni unos ni otros están ahora aquí.

"La devastación de los viajes internacionales ha significado que hemos perdido clientes vitales para nuestros almacenes", se lamenta Michel Ward, director ejecutivo de Harrods. Tampoco hacen caja las boutiques de Bond Street, ni hay quien encargue un traje en Saville Road o una camisa en Jeremy Street. Hoteles de alto standing, como el Dorchester o el Bulgari, permanecen cerrados. A otros, como el Mandarin Oriental Hyde Park o The Connaught, les sobran habitaciones libres.