Annegret Kramp-Karrenbauer (AKK) toma las riendas de la Unión Democrática Cristiana (CDU), el partido más poderoso de Alemania, en un momento crítico, fracturado por el auge ultraderechista y desgastado por el paso de los años. Fiel al estilo sosegado de su predecesora, representa una política distinta al exagerado tono actual. Cauta y francófila, su elección hace que los analistas más optimistas vean más posible una reforma europea de la mano de París.

Su cercanía con Merkel ha sido su principal baza pero también su punto flaco. En un país que da señales de cansancio con el merkelismo, AKK también ha intentado distanciarse de ella. «Tengo 56 años, tres hijos y una larga carrera. Nada en mí es mini», remarcó, cansada de que la apodasen mini-Merkel. Sin embargo, su continuismo centrista será celebrado por la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).

Con AKK al frente, se espera que la CDU gire hacia la derecha pero manteniendo un pie en el centro. El partido ha elegido la opción más moderada. Aun así, la nueva presidenta del partido es considerada conservadora en el plano social. Católica practicante, quiere mantener la ley creada en 1933 que prohíbe a las clínicas ofrecer información pública sobre el aborto y hasta este jueves se oponía a que las parejas homosexuales tuviesen derecho a la adopción.

Aunque forma parte de uno de los partidos más masculinos del país, la elección de una mujer pragmática y defensora del multilateralismo es vista como señal de calma y reflexión en un mundo cada vez más impregnado de testosterona. Consciente de que ha sido el talón de Aquiles de Merkel, Kramp-Karrenbauer ha marcado un perfil propio en política migratoria. Así, ha pedido acelerar las deportaciones y prohibir la entrada a Europa de por vida a los solicitantes de asilo que hayan cometido delitos graves. La propulsión definitiva de esta experimentada política llegó el pasado 19 de febrero, cuando fue elegida secretaria general de la CDU con un 97% de los votos.