Justo cuando los cines alemanes han comenzado a exhibir la película El hundimiento , el primer filme alemán que muestra a un Hitler tierno durante la caída del régimen nazi, los ultraderechistas germanos se han apuntado un contundente triunfo electoral. El Partido Nacional Democrático (NPD), el más radical de todos los grupos de tendencia nazi, logró un 9,3% en el estado de Sajonia, mientras los ultras de la Unión Popular de Alemania (DVU) obtuvieron un 6,2% en el land de Brandemburgo.

Los alemanes hacen largas colas en los cines, lo que no deja de ser una ironía en momentos en el que el triunfo neonazi ha conmocionado a la clase política alemana. Tanto, que el presidente del país, el cristianodemócrata Horst Köhler, trató de frenar el pánico, pero advirtió de que el "voto de castigo debe servir a los políticos como señal de que tienen que tomar en serio a los ciudadanos".

Los expertos consideran que los nuevos nazis alemanes representan un serio peligro también para el futuro, ya que obtuvieron entre un 13% y un 17% de los votos entre los electores de menos de 30 años. "Se han convertido en parte de la cultura juvenil del este alemán; son como una especie de religión política", señala Bernd Wagner, el más destacado investigador de los movimientos de extrema derecha.

Erosión de la democracia

Su colega berlinés, el politólogo Hans-Gerd Jaschke considera que los resultados obtenidos por los ultraderechistas y por los excomunistas del Partido del Socialismo Democrático (PDS) muestran "una preocupante tendencia a la erosión que cuestiona la democracia en Alemania". Jaschke ve como un problema adicional el que los partidos de la derecha tradicional "no están en condiciones de unirse para captar a los potenciales votantes de la extrema derecha".

Richard Stöss, sociólogo berlinés, recuerda que en la antigua República Democrática Alemana (RDA) existe un potencial de inconformismo superior al 50% y subraya que ello constituye "una gran amenaza para la cultura democrática de Alemania". De esto se benefician los extremistas y el PDS, que centran su discurso en el malestar de los alemanes del este con una reunificación que consideran que ha sido más ventajosa para los alemanes occidentales.

El malestar se ve acentuado por las reformas sociales que impulsa el canciller, Gerhard Schröder. La sensación de haber sido engañados se refuerza entre los alemanes del este porque padecen la mayor tasa de paro. Además, quienes poseen un empleo reciben, por el mismo trabajo, salarios inferiores a sus colegas occidentales. Pese a todo, ningún alemán del este desea una reinstauración de la ex-RDA aunque, según la revista Der Spiegel , hay una creciente "desconfianza en el sistema económico y político occidental".

Los alemanes occidentales señalan con el dedo a los orientales y les hacen ver que ellos les han sacado "de la basura del socialismo real". Mientras, una encuesta solicitada por la revista Focus , indica que el 74% del conjunto de la población alemana no cree que las regiones del este puedan alcanzar "alguna día" iguales condiciones de vida que las del oeste.

La reunificación se ha convertido en un pozo sin fondo. Según el investigador de la Universidad Libre de Berlín, Klaus Schröder (no es pariente del canciller), el coste de la reunificación supera los 1,5 billones de euros al año.