El caso de Jamal Khashoggi ha sumido al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en una de sus mayores crisis diplomáticas. La desaparición y posible ejecución barbárica del reportero disidente saudí en el consulado de Riad en Estambul el 2 de octubre ha puesto al mandatario estadounidense contra las cuerdas en la relación con Arabia Saudí, un aliado clave tanto en el terreno económico como para la política de contención a Irán que ha hecho eje de su estrategia en Oriente Próximo. Y aunque Trump da muestras de ceder a la incesante presión creciente de las pruebas, sigue maniobrando para evitar el enfrentamiento directo que inevitablemente se producirá si responsabiliza directamente de lo sucedido al poderoso príncipe Mohamed bin Salmán.

El jueves, en declaraciones a la prensa, Trump reconoció finalmente que basándose en «información de inteligencia de todos lados» comparte la extendida convicción de que Khashoggi «está muerto» admitiendo que «ciertamente lo parece». Volvió a repetir que si se demuestra la responsabilidad de la corona la respuesta de Washington deberá ser un «castigo muy severo». Pero poco antes, en una entrevista con The New York Times, había dicho también que «es un poco pronto» para sacar conclusiones sobre quién ordenó el asesinato, aunque la investigación turca apunta a la corona.

Esa investigación incluyó ayer entrevistas en un tribunal a personal del consulado, la inspección de un bosque en cuya dirección salieron dos furgonetas grabadas abandonando la legación diplomática el día del supuesto asesinato, la de otra zona al este de la ciudad y la de una residencia rural, tres enclaves donde se buscan los restos de Khashoggi.

TIEMPO DEL PRESIDENTE

Trump está dando tiempo a los saudís, que según fuentes del Times estudian responsabilizar de lo ocurrido a un militar de sus cuerpos de espionaje, Ahmed al Assiri, al que atribuirían haber actuado por libre o en una operación que salió mal, una tesis que ya sugirió sin dar nombres hace unos días el presidente estadounidense. Lo hace en parte, según los medios locales, porque la comunidad de inteligencia no le ha dado aún un análisis concluyente.

La CIA parece cada vez más convencida de que las pruebas señalan a la responsabilidad de Bin Salmán, pero otros cuerpos como la Agencia de Seguridad Nacional no vinculan directamente al príncipe a la orden de asesinar a Khashoggi.

Trump, no obstante, también parece estar intentando protegerse a sí mismo. En privado, según ha revelado el Times, está tratando de distanciarse de MBS, diciendo a sus aliados políticos que prácticamente no lo conoce, Minimiza también la estrecha y probada relación que el príncipe ha establecido con su yerno y asesor, Jared Kushner, aunque según dos fuentes anónimas citadas por el rotativo neoyorquino este sigue haciendo lobi a su suegro para defender a MBS.

La idea de Kushner sería que el escándalo acabará por desvanecerse del mismo modo que ha sucedido con otras actuaciones polémicas del príncipe, desde en la guerra de Yemen, en la intervención política en el Líbano o en la purga interna de opositores. Trump, no obstante, da señales de asumir, a su manera, que este caso puede ser diferente.

En la entrevista con el Times el presidente dijo que «lamentablemente ha capturado la imaginación del mundo» y también apuntó a que se ha hecho «más grande de lo que sería normalmente». Y ya en días anteriores Trump había dejado caer que lo sucedido recibe tanta atención porque Khashoggi, que colaboraba con The Washington Post, era «un reportero».

ADMINISTRACIÓN PASIVA

Su desdén hacia la prensa y los periodistas, a los que Trump ataca e insulta frecuentemente, convierte el caso Khashoggi en una prueba de fuego para el presidente. Y su Administración tampoco está haciendo nada para frenar una campaña que empieza a escalar entre medios ultraconservadores y congresistas republicanos de línea dura que trata de desacreditar a Khashoggi, destacando sus alianzas de juventud con los Hermanos Musulmanes.

La Casa Blanca también está creando frustración entre miembros del Congreso que quieren enducerer la presión sobre Arabia Saudí a través de sanciones o medidas legislativas. Y las agencias de espionaje están retrasando dar respuesta e incluso ignorando peticiones de información de congresistas en espera de que se produzca un acuerdo que soluciones el conflicto.