Digan lo que digan los rumores, el vicepresidente Dick Cheney se presentará a las elecciones de noviembre de la mano de George Bush. "El presidente ha dejado muy claro que quiere que me presente otra vez con él, que no quiere romper el equipo", aclaró ayer el propio Cheney, para muchos el verdadero dirigente en la sombra de Estados Unidos y uno de los personajes más controvertidos del actual Gobierno republicano.

Con estas declaraciones, que emitirá el domingo la cadena televisiva C-SPAN, Cheney trata de zanjar las crecientes especulaciones de los corrillos políticos de Washington sobre su sustitución. El jueves, The New York Times se hizo eco de la última teoría: el fulminante reemplazo del médico que atiende los graves problemas cardiacos del vicepresidente se debe a la intención de nombrar a otro que le declare incapacitado para presentarse a un nuevo mandato, por razones de salud, ya que ha sufrido cuatro ataques de corazón y tiene 63 años.

Aunque Cheney tiene el apoyo de las bases ultraconservadoras de Bush, en los sectores moderados republicanos su candidatura genera ansiedad, ante las críticas que le han llovido al vicepresidente por su tozuda defensa de las justificaciones para invadir Irak, cuando los estadounidenses ven ya esta guerra como un error.

Además, el vicepresidente tiene otros esqueletos en su armario que proporcionarán metralla a los demócratas. El principal son los contactos que mantuvo con Kenneth Lay, expresidente de Enron, la empresa energética tejana que protagonizó la mayor quiebra corporativa de EEUU, en el 2001. Cheney se negó a entregar al Congreso las transcripciones de sus conversaciones con Lay para esclarecer si Enron influyó o no en la política energética de la Administración republicana.

Cheney ha sido también demandado por inversores de Halliburton, la compañía petrolera que dirigió durante cinco años. Estas voces sostienen que participó en fraudes contables.