Eslovaquia llega a la Unión Europea con los deberes a medio hacer. Aplicando a rajatabla el paquete de reformas exigido por los Quince, su primer ministro, Mikulas Dzurinda, ha convertido a uno de los países más atrasados de Europa en el tigre del continente, en el gran receptor de inversiones extranjeras y con un crecimiento económico que se calcula que rondará el 5% en los próximos años. Junto a ello, el paro, el bajo nivel salarial, la corrupción y la integración de las minorías son asignaturas pendientes.

Cuando, en 1993, Eslovaquia se separó de la República Checa, se quedó sin apenas nada. El país era esencialmente agrícola y su industria pesada estaba obsoleta. A esta coyuntura se añadieron cinco años de mandato del populista nacionalista Vladimir Meciar, cuyas caóticas privatizaciones a dedo hundieron aún más la economía.

Eslovaquia estaba situada a la cola de los países aspirantes a ingresar en la Unión Europea cuando en 1998 se forjó una alianza de nueve partidos políticos presidida por el democristiano Mikulas Dzurinda con el objetivo de frenar un nuevo mandato de Meciar. Comenzaba entonces una carrera a contrarreloj de reformas económicas que han acabado por convertir a Eslovaquia en el país que más ha progresado en menos tiempo para ingresar en el selecto club europeo.

Las cifras del milagro

Un crecimiento del 4,4% y una tasa de inflación del 3,3% (en los últimos años) son algunas de las cifras del milagro económico, que no podrían entenderse sin las reformas introducidas en el sistema de pensiones, educación, sanidad y fiscalidad y, sobre todo, sin la inyección de capital que supone la inversión extranjera.

El reciente anuncio del traslado de la fábrica de Samsung de Palau de Plegamans (Barcelona) a la planta que la multinacional surcoreana tiene en Galanta (Eslovaquia) es sólo un ejemplo del desembarco de grandes compañías en el país, atraídas por una política fiscal favorable, como la exención de pago de impuestos sobre los beneficios durante un tiempo, y los bajos salarios.

"Eslovaquia va a quedar saturada de inversión extranjera", pronosticaba eufórico a principios de año el ministro de Finanzas, Ivan Miklos. Y los hechos le avalan. Peugeot-Citröen ha confirmado la construcción de una nueva planta en Trnava, al noreste de Bratislava, con capacidad para fabricar 300.000 automóviles al año. Volkswagen es la primera compañía privada en puestos de trabajo: 7.500. Incluso otros países del antiguo bloque del Este han empezado a invertir en Eslovaquia y ya está instalada en el país la compañía húngara de gas y petróleo MOL.

Corrupción endémica

Pero los eslovacos aún no palpan los beneficios del crecimiento. La media salarial es de 250 euros (41.000 pesetas) y el año pasado se cerró con un índice de paro del 15,56% (en el 2002 fue del 18,5%) sobre una población de 5,4 millones de habitantes. Las prácticas corruptas se extienden a todas las capas de la sociedad y las minorías húngaras y gitana no encuentran su encaje. Ambos grupos representan el 10% de la población, cada uno. Los húngaros tienen partido propio en el Parlamento, pero se sienten infrarrepresentados. Los gitanos sufren altísimos niveles de pobreza y de exclusión social.