Gaza amaneció ayer cubierta de un manto negro que presagiaba la oscuridad y la violencia contenida que inundaron la ciudad en las primeras horas.

Cuando apuntaba el alba, los helicópteros Apache del Ejército de Israel cometieron otro de sus asesinatos selectivos, pero esa muerte sobrevoló durante todo el día las calles de una desvencijada Gaza. El crimen llegó a las 4.45 horas (una menos en España) en la mezquita cercana a la casa del jeque Ahmed Yasín, una mezquita que poco después ululaba venganzas y tributos al nuevo héroe y símbolo de la resistencia palestina.

Su espíritu parecía no abandonar ese barrio, Sabra, donde su particular ejército es fuerte desde hace décadas. Y sus tropas así lo demostraron, saliendo de todas partes y encaminando su particular peregrinaje hacia la zona del crimen, donde una marea humana vestida de verde, el color de Hamas, avanzaba armada, lista para su guerra y una consigna clara: vengar su muerte.

En el lugar del asesinato, donde incluso aún se podían ver algunos restos del líder islámico, una extraña banda sonora: canciones de la resistencia islámica mientras el almuédano de la mezquita, iracundo, exhortaba a los fieles a matar al primer ministro israelí, Ariel Sharon.

Las calles, cuando aún dormían, comenzaron a asemejarse al escenario de una guerra a tumba abierta. Decenas de neumáticos carbonizados levantaban columnas de humo en toda la ciudad, cubriendo en su particular sollozo el cielo, que ayer no estaba inmaculado, de la franja. Ayer era un cielo vestido de luto. Niños todavía con sus carteras en la espalda interrumpieron su trayecto a la escuela para cooperar en las improvisadas hogueras que dibujaron una imagen de ciudad destruida y especialmente sensible a la presencia de miradas ajenas.

Huelga general

Las escuelas y los comercios cerraron a cal y canto. Los ciudadanos, armados de venganza y hastío ante la falta de esperanza de un futuro mejor, secundaron una huelga general improvisada que quiso ser un tributo al líder de Hamas.

Gaza estaba ayer en tensión. Miradas desconfiadas y presencias indeseadas hirvieron en un ambiente de violencia contenida en los alrededores del Hospital de Shifa, el más importante de la ciudad de Gaza y donde reposaron varias horas los restos de Yasín. Riadas humanas comenzaron a acercarse al centro hospitalario, gritando: "Todos somos Yasín". "Nos han matado a todos".

Los pocos periodistas occidentales allí congregados recibieron miradas de desaprobación mientras un grupo de mujeres gritaba "¡Yasín descansa en el paraíso!". Poco después se acercaron a los reporteros. "Estamos hartos de la satanización de nuestro pueblo como terroristas. Sólo luchamos por el derecho a ser libres", declaró la que parecía la portavoz del grupo.

A las once de la mañana, hora española, empezó la procesión de militantes y palestinos que quisieron acompañar a Yasín en su último viaje. Salió del hospital en una sencilla caja de madera, cubierta por la bandera de Hamas y unas pocas flores. El líder espiritual fue portado en una especie de camioneta en unas honras fúnebres que se alargaron durante tres horas, con más de 300.000 fieles desfilando bajo un sol de justicia.

Centenares de militantes de Hamas, ataviados con sus uniformes militares, pasamontañas y kalashnikovs, algunos con lanzagranadas, se unieron a las exequias junto a activistas de otros movimientos, al tiempo que disparaban constantemente salvas al aire.

Mohamed al Hindi, líder de la Yihad en Gaza, preguntado por este diario, declaró que a partir de ahora "es una guerra abierta contra Israel por el asesinato" de uno de sus líderes y advirtió de que "todos los movimientos islámicos estarán más unidos que nunca".