El 28 de abril del 2003 es una fecha clave para la posguerra en Irak. Esa tarde unas 200 personas empezaron una protesta contra la presencia estadounidense en Faluya. La manifestación acabó a las diez de la noche en un tiroteo frente a un colegio ocupado, en el que los soldados de la 82 División Aerotransportada mataron a 17 personas. Dos días más tarde, el 30 de abril, tres iraquís más murieron en otra manifestación. Esa misma noche, varias granadas cayeron en el cuartel de los militares. Un mes después murieron los dos primeros soldados. Faluya se convirtió en la capital de la resistencia.

El patrón de la violencia en Faluya se repitió en otras ciudades del triángulo suní como Baquba --un ataque contra soldados en un hospital pediátrico fue la chispa que inició el fuego tras la detención de un líder tribal-- y amenaza con reproducirse de nuevo tras la muerte de 20 shiís seguidores de Moktada al Sadr en Nayaf.

Las versiones

El Ejército de EEUU argumentó que en Faluya sólo repelieron un ataque desde la manifestación, algo que los iraquís negaron. Pero desde la llegada de los militares el 23 de abril a la ciudad --conservadora, religiosa-- abundaron los "desencuentros culturales", como declaró a este diario Frank Rosembeltt, capitán de la 82 División.

Los registros de casas, un malentendido sobre la capacidad de ver desnudas a las mujeres a través de visores nocturnos, la prepotencia de los soldados... Una mezcla de rumores y de orgullo herido se convirtió en la base del odio de Faluya hacia los ocupantes. Un odio que aumenta con cada operación militar en la ciudad pone en evidencia las causas a las que EEUU atribuye la violencia y que, tras el torpe encontronazo con los shiís del radical Sadr, amenaza con convertir el país en un incendio de imprevisibles consecuencias.

A pesar del empecinamiento de Washington en hablar tan sólo de "terroristas", ahora mismo hay tres patrones distintos de violencia en Irak. Por un lado, la resistencia que reductos de exmilitares --los mismos que Paul Bremer dejó en el paro al desmantelar el Ejército iraquí-- y fieles de Sadam Husein llevan a cabo junto a líderes tribales y poblaciones heridas en su carácter conservador, religioso y nacionalista.

En segundo lugar, los responsables de los grandes atentados, como el ataque a la Cruz Roja o la masacre de Kerbala durante la celebración de la Ashura . Ni los iraquís ni EEUU tienen dudas de que sus responsables son "terroristas extranjeros". El jordano Abú Musab al Zarqawi ha sido señalado por EEUU como el jefe de Al Qaeda en Irak.

Y, finalmente, la violencia de las milicias armadas, especialmente shiís, que hasta ahora mantenían un perfil bajo y se centraba en rivales políticos y en ajustes de cuentas con antiguos miembros del partido Baaz.

El enfrentamiento con Sadr abre un nuevo frente, mucho más peligroso ya que una insurrección shií dejaría en pañales lo visto en el triángulo suní. La colaboración táctica de los shiís que hasta ahora ha practicado el ayatolá Alí Sistani se ve amenazada porque, pese a que Sadr no es tan popular como Sistani, sí tiene una milicia muy bien organizada. Para el ayatolá será muy difícil apostar por el diálogo si los cadáveres de seguidores de Sadr se acumulan.