A 50 kilómetros al sur de Kut, la espera se alarga más de una hora. Los coches se agolpan a ambos lados del río e impotentes policías blanden sus kalashnikov para intentar organizar el tráfico. Mesopotamia es una tierra sin puentes. Todos los conductores pretenden usar al mismo tiempo una construcción militar de un solo sentido. "Suele haber trifulcas y, a veces, la discusión acaba en tiroteo", explica un obeso policía, que suda bajo el sol y que se pregunta por qué un año después de que la Primera División de Marines pisara esta tierra nadie ha reconstruido los pequeños puentes destruidos.

De penosa calificaban las crónicas de los periodistas integrados en ls tropas de EEUU la marcha hacia Kut de los marines por un paisaje moteado de palmeras y marismas. Es una tierra polvorienta en la que el viento cincela rostros adustos inevitablemente bigotudos que miran a los extranjeros sin alma en sus ojos. Perros abandonados vagan por los caminos, donde muchos de ellos hallan la muerte en su búsqueda de basura con la que alimentarse. Hay mucha policía en una zona famosa por su profusión de bandidos.

La marcha hacia Kut

La numerosa basura de la guerra --blindados, tanques...-- acumulada en campos y arcenes dan fe de que los marines sufrieron en su marcha hacia Kut desde el sur. Hostigados por los grupos armados irregulares, padecieron, además, las dificultades de las columnas de avituallamiento para superar las emboscadas enemigas. Pocos esperaban tanta resistencia, que no vino del Ejército regular. "Los únicos que resistieron de verdad fueron los fedayines de Sadam. El Ejército no estaba preparado y mucha gente no quería morir por el dictador. Nos mantuvimos en las filas por miedo a ser fusilados, pero cuando el miedo a los americanos fue mayor, entonces huimos".

Amar Abbas sabe de lo que habla. A este policía local de Kut le tocó proteger, junto a su unidad de 60 soldados, un edificio de comunicaciones en su ciudad. "Imagínese, kalashnikovs y pistolas contra aviones y tanques. Yo me pasé toda la guerra con la ropa de civil debajo del uniforme. Muchos ya teníamos planeado huir cuando la cosa se pusiera realmente fea", afirma en el salón de su casa. Su relato no es heroico, es una historia de miedo.

Las noticias del sur que traía el boca a boca empeoraban día a día. Los soldados que desertaron y que buscaban ayuda en las casas anunciaban la llegada de una invencible maquinaria militar. Cuando incluso la Guardia Republicana abandonó Kut, el comandante de Abbas fue el primero en desertar.

Un sinsentido

"Combatir no tenía ningún sentido", musita Abbas, intentando justificarse. "Los últimos días íbamos de civil para confundir al enemigo, pero todo era inútil. Aún guardo mi kalashnikov. ¡Es de 1967!", dice el policía, furibundo anti-Sadam, quien, sin embargo, no ha perdido el indomable orgullo iraquí: "Si con lo poco que teníamos les pusimos las cosas complicadas, imagínese en otras circunstancias, con otro presidente...".

El rostro de ese presidente por el que no merecía la pena luchar ya no existe en Mesopotamia. Cuesta incluso ver la bandera iraquí. El viento tensa, orgullosas, las enseñas shiís: negra por el imán Husein; verde por la familia del profeta; roja por la sangre del imán Husein. Roja como la sangre que se vertió en el paupérrimo barrio de Nadir 3 de Hilla, escenario de uno de los bombardeos contra civiles más sangrientos de la guerra.

"Fue el 31 de marzo, sobre las diez de la mañana. Vinieron los aviones y nos bombardearon. Todo ardió". Hasan Muslem Husein, se sostiene con una mano en las muletas y con la otra muestra por dónde llegaron los aviones que castigaron con bombas de fragmentación a este humilde barrio. Más de 300 personas murieron o resultaron heridas. El objetivo eran unas cercanas baterías antiaéreas.

Los titulares de daños colaterales llenaron de sangre los periódicos. Pero la prensa no habla del miedo a quedarse cojo de Hasan --"me han operado ya cuatro veces, la última el mes pasado"--, la televisión no mostró cómo la gente explosionó los racimos --"hacíamos un reguero de gasolina hasta la bomba y le prendíamos fuego"--, los historiadores no recogerán las palabras de Hasan, otro rabioso anti-Sadam: "Esta no es forma de liberar un país".