La principal organización de monjes budistas ha formalizado su ruptura con el Gobierno militar a través de una condena a la represión que supone la más inequívoca toma de partido tras un mes y medio de protestas y más de 200 muertos. El gesto, que acentúa la soledad de los golpistas, trasciende del simbolismo en un país mayoritariamente budista que venera a sus monjes.

La organización Sangha Maha Nayaka ha exigido este miércoles a los militares que cesen su violencia contra el pueblo y ha acusado a una "minoría armada" de torturar y asesinar a civiles inocentes. La carta sugiere un radical distanciamiento con el estamento militar y sugiere la voluntad de sumarse a las huelgas generales de diferentes gremios que buscan la paralización del país para forzar la salida de los golpistas. Es una declaración preliminar, aclara el medio local 'Myanmar Now', a la espera de que emita mañana la definitiva tras reunirse con otras autoridades religiosas.

Los monjes tienen una acrisolada tradición de resistencia en Birmania, desde la guerra por la independencia contra el Imperio británico del siglo pasado a la reciente Revuelta Azafrán que fue bautizada con el color de sus túnicas. En aquella revuelta, masacrada por la anterior Junta Militar, germinó el proceso democrático que fue atajado en febrero. Son más de medio millón de monjes en un país de 60 millones de habitantes que en un 90% sigue la fe budista. Es un conjunto heterodoxo en el que caben sensibilidades contrarias.

Sensibilidades contrarias

En las semanas previas a la asonada se vio a monjes denunciando el presunto pucherazo en las últimas elecciones, ganadas por mayoría por la Liga Nacional por la Democracia de la lideresa Aung San Suu Kyi, sumándose a la teoría de los militares. También ha habido concentraciones en las últimas semanas de monjes exigiendo el regreso de la democracia hurtada. La declaración de este martes es lo más parecido a una postura oficial y priva a los militares de una institución con la que había trabajado en ocasiones con una sintonía mayor de la recomendable. La represión contra la etnia musulmana rohingya sirve de ejemplo: las heroicas denuncias de muchos monjes contrastan con los arrebatos nacionalistas de líderes religiosos como Ashin Wirathu, que juzgaba las mezquitas como "bases enemigas".

Doscientos muertos

Las protestas continúan en Birmania a pesar de las masacres rutinarias. Los muertos han superado ya los dos centenares, según el recuento diario de la Asociación de Asistencia a Prisioneros Políticos. “La junta persigue no sólo a los manifestantes sino a ciudadanos con francotiradores en cualquier momento y lugar”, ha denunciado. Añade que muchos han muerto tras haber sido detenidos sin recibir ningún auxilio médico y que los cadáveres de algunos manifestantes no han sido devueltos a sus familiares.

El país entró en una espiral de caos tras la disolución del Parlamento y la detención de los líderes de las fuerzas democráticas. Los militares mantienen desde entonces en arresto domiciliario a Aung San Suu Kyi y sobre La Dama ya pesan cuatro cargos que podrían empujarla a la cárcel por varios años. Es dudoso que las declaraciones de la comunidad internacional y las amenazas de sanciones económicas tuerzan la voluntad de una Junta militar que ya sobrevivió durante medio siglo a espaldas del mundo.