Miles de turistas chinos con gorra, guía y megáfono se agolpan cada mañana en la plaza de Tiananmen. La matanza estudiantil, ocurrida aquí hace hoy 15 años, no parece haber existido. La tensa amnesia oficial no evita que la población china recuerde este momento, pero sólo un puñado de personas habla de ello, mientras la mayoría se concentra en la lucha diaria por la supervivencia.

"El Gobierno debe decir la verdad y rechazar la amnesia. Busquemos justicia, apelemos a la conciencia", señala Ding Zilin, fundadora del movimiento Madres de Tiananmen, que agrupa familiares de víctimas de la matanza. Ding, nominada al Premio Nobel de la Paz, perdió a su hijo de 17 años de un disparo por la espalda la noche del 3 al 4 de junio de 1989. A unos ocho kilómetros de la plaza, por el oeste de Pekín, entraron los tanques del Ejército con órdenes de acallar la protesta a cualquier precio.

De una andanada murieron al menos 100, según testigos presenciales, sobre todo porque "nadie pensó que los soldados fueran a disparar a los estudiantes desarmados". Tras semanas de acampada, huelga de hambre y rock de rebelión; sólo los núcleos más radicales resistían cargados de ideales e inocencia. Eran varios miles de almas de las más de un millón que iniciaron, meses antes, las protestas espontáneas contra la corrupción, la inflación galopante y la falta de vías democráticas para expresar su frustración.

Exigencias de las víctimas

Fueron "manifestaciones patrióticas, de jóvenes que creían en mejorar su país", opinan las Madres de Tiananmen que, aún hoy, exigen al Gobierno disculpas y una investigación independiente que retire el veredicto de "contrarrevolucionario", inscrito sobre las tumbas de sus familiares. Piden también una lista de víctimas, porque 15 años después de la matanza, todavía no sabemos cuánta gente murió, recuerda Amnistía Internacional. "Exigimos que los responsables pidan abiertamente disculpas al pueblo por sus errores", dice una carta abierta de 67 intelectuales enviada a las autoridades.

Tampoco este año podrán las madres celebrar en paz la muerte de sus hijos. "No puedo salir de casa más que para ir al mercado. La policía me vigila", declaró Ding. El Gobierno ha hecho todo lo posible por abortar cualquier acto conmemorativo, con objeto de borrar de la memoria colectiva este trágico incidente, asegura la organización Human Rights China . La mayoría de activistas en Pekín se encuentran bajo arresto domiciliario y otros han sido expulsados de la ciudad. "Intentaré ir al cementerio", dice Huang Jinping, cuyo marido murió en Tianamen. Cualquier otro gesto sería subversivo.

En el exterior, los disidentes recuerdan aquel día y se prevén actos en varias ciudades. "No me arrepiento de nada", dice Frank Lu Siqing, director del Centro de Información Democrática de Hong Kong. Tras años de cárcel, que acabaron en exilio, los "traidores contrarrevolucionarios" como Wuer Kaixi, Wang Dan o Zhang Boli, no pueden regresar. Algunos han rehecho sus vidas y otros todavía trabajan para transformar su país. "Viviendo en el exilio, tenemos que mantener la fe en que algún día llegará la democracia", opina Wuer Kaixi, desde Taiwán.

El Gobierno chino, sin embargo, se mantiene firme y opina que la intervención armada fue imprescindible para acabar con la "turbulencia política de 1989", como llama la propaganda oficial a las manifestaciones de la primavera pequinesa. Gracias al Ejército, "China pudo recuperar la estabilidad, centrarse en el desarrollo económico y contribuir a la paz y la estabilidad del mundo".

El "acuerdo social"

Después de Tiananmen, se cerró en China un "acuerdo social" tácito por el que el Gobierno daría al pueblo estabilidad y crecimiento económico, y la población olvidaría sus demandas políticas. Durante mucho tiempo, Pekín cumplió su palabra, con un crecimiento del 9%. Pero, en los últimos años, varios grupos sociales han visto empeorar su situación. China afronta hoy problemas económicos similares a los de 1989, como la inflación y el desempleo, y se encuentra asolada por la corrupción.

Pero tanto el pueblo como el Gobierno son hoy menos inocentes. A diferencia de 1989, China hoy "no es dinamita", opina el analista Nicholas Kristof. Al menos, de momento. Cree el experto que "algún día, todo cambiará", y las reformas económicas traerán la apertura política. Entonces, "habrá en la plaza un monumento a las víctimas" de Tiananmen, vaticina.