Los soldados estadounidenses destinados en Irak hicieron ayer lo impensable: volcar sobre el mismísimo secretario de Defensa, Donald Rumsfeld --de visita en Kuwait--, su creciente frustración con la duración de sus contratos y con las deficiencias del material del que disponen para enfrentarse a los insurgentes iraquís.

"¿Por qué tenemos que cavar en basureros en busca de chatarra y cristales antibalas para mejorar el blindaje de nuestros vehículos?", espetó a Rumsfeld el soldado Thomas Wilson, desencadenando el aplauso general de los 2.300 militares reunidos en un hangar de Camp Buehring, la base de Kuwait donde esperan para ser transportados a Irak.

SORPRENDIDO Rumsfeld, que había ido a la base para arengar a los soldados, quedó tan sorprendido por la osadía de Wilson que le hizo repetir la pregunta. "No tenemos los vehículos apropiados", insistió el soldado. "Se va a la guerra con el Ejército que uno tiene --respondió secamente el secretario--. Te pueden volar por los aires incluso en un tanque con todo el blindaje del mundo", se defendió.

Las tribulaciones de Rumsfeld con los furiosos soldados, en su mayoría reservistas o civiles enrolados en la Guardia Nacional, no terminaron ahí. Después de Wilson se levantó otro soldado para preguntarle cuándo pondrá fin el Pentágono a su política de prorrogar unilateralmente los contratos de servicio militar de los soldados, a cuyo abrigo 7.000 de ellos que debían haber vuelto ya a casa siguen en Irak. Ocho soldados han acudido incluso a los tribunales a demandar esta política.

Eso "no es nada nuevo", respondió el jefe del Pentágono, tratando de hacer entender a los soldados que son cosas de la guerra. "Yo creo que continuaremos aplicándola lo menos posible, pero aplicándola", afirmó, ante el descontento general.

LOS ABUSOS En Washington, el escándalo de las torturas a los iraquís dista mucho de apagarse. El martes se conoció que el pasado 25 de junio, dos meses después de hacerse públicos los abusos sufridos por los presos de la cárcel de Abú Graib, el vicealmirante Lowell Jacoby, director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), denunció por escrito las torturas que sus subordinados presenciaron en Bagdad.

Los abusos fueron perpetrados por miembros de las fuerzas especiales que, por ejemplo, "golpearon a un preso en la cara hasta el punto de que requirió tratamiento médico" y ordenaron al interrogador de la DIA que se marchara de la sala. Así consta en la carta que Jacoby dirigió al subsecretario de Defensa para el espionaje, Stephen Cambone.

Los agentes de la DIA vieron también "a presos que llegaron al centro temporal de detención en Bagdad con marcas de quemaduras en la espalda y con moratones, y algunos quejándose de dolores renales", según el vicealmirante. Uno de los agentes de la DIA fotografió las heridas de los prisioneros, pero cuando las enseñó a su superior de las fuerzas especiales, éste "las confiscó inmediatamente", agregó Jacoby.