Sólo tres días antes de que se abrieran las urnas, dos superhéroes dominaban el estrado levantado en el campo de hockey de Columbus (Ohio), mientras 23.000 admiradores rugían y aplaudían con frenesí, fascinados por el magnetismo de la pareja estelar. Pocos minutos antes, la TV había emitido un vídeo de Osama bin Laden en el que el líder de Al Qaeda se burlaba del presidente de EEUU y amenazaba con un nuevo 11-S.

"No se puede razonar con los que están cegados por el odio", clamó desde el podio, con su fuerte acento alemán, uno de los dos semidioses . "¡Pero ellos no son rivales frente al liderazgo de George W. Bush!", bramó Arnold Schwarzenegger, con gesto Terminator , antes de ceder la palabra al presidente.

Con tono sombrío, Bush empezó por rememorar la dramática jornada de los ataques simultáneos contra las Torres Gemelas y el Pentágono. "En aquel día trágico --dijo-- tomé una decisión. América nunca más responderá a los asesinatos terroristas con acciones a medias ni amenazas vacías. Nunca más apartaremos la vista del peligro, en la esperanza de que todo va a salir bien".

Decenas de millones de telespectadores estadounidenses, sobresaltados por el nuevo ultimátum terrorista emitido en pleno prime time , presenciaron en directo ese acto de masas y se sintieron apaciguados por la determinación y fortaleza de sus dos paladines.

La gran ironía

La siempre esperada "sorpresa de octubre" se había encarnado en la delgada imagen de Bin Laden --con luenga y afilada barba gris, turbante circular y capa de color azafrán--, y el efecto preelectoral fue claramente favorable al superhombre republicano, por mucho que en los sondeos los votantes negasen haberse visto influidos por la propaganda de Al Qaeda.

"No podía haber sido más irónico, ni cerrarse mejor el círculo", explica Charles Krauthammer, comentarista político de la revista Time . "Al recordarnos el 11-S y la guerra contra el terrorismo, Bin Laden invocó la única cosa que podía ganarle la mano a Irak y salvar al presidente. Su escalofriante reaparición nos evocó el peligro que corremos, puso a Irak en perspectiva y jugó precisamente a favor del éxito y fortaleza del presidente... un triunfo y poder que Bush tanto había despilfarrado en Irak. Bin Laden jamás comprendió, ni remotamente, la mente de los estadounidenses, puesto que erró espectacularmente sobre el efecto que tendría el 11-S, y con esta última comparecencia ayudó a su Némesis diosa griega de la venganza divina, término empleado aquí en referencia a Bush a cruzar la línea de meta".

Aunque los estadounidenses nunca lo reconocerán, lo cierto es que Bin Laden dio el último empujón a Bush para que superase a su rival demócrata, John Kerry, en la recta final de la igualadísima carrera hacia la Casa Blanca. De hecho, el duelo no debería haber estado jamás tan empatado, una vez que el 11-S unió a todo el país en torno a su presidente y éste asestó un rápido y demoledor golpe militar al régimen talibán, padrino de Bin Laden en Afganistán.

Pero Bush se jugó su presidencia a la carta de Irak y estuvo a punto de perderla. Lo que le salvó fue que los demócratas eligieron a un aspirante incapaz de explotar el desastre bélico, económico y humano de la invasión de Irak. Kerry desaprovechó los cuatro días de convención republicana en Boston hablando de Vietnam, en vez de Irak, y al rememorar esa herida aún abierta en la conciencia del país sólo logró ponerse a tiro de la campaña fabricada por los republicanos con veteranos de guerra en Vietnam, que le acusaron de traicionar a sus compañeros de armas.

Malas noticias de Irak

A mediados de septiembre, Kerry debería haber estado muy en cabeza, tras meses de malas noticias de Irak: más de 1.100 soldados de EEUU muertos; confirmación de que las armas de destrucción masiva nunca existieron; escándalo de las torturas de prisioneros iraquís en Abú Graib; secuestros y decapitaciones de rehenes extranjeros; coches bomba cada dos días... La popularidad de Bush se había desplomado, del 90% a primeros de año, hasta menos del 50%.

El debate sobre política exterior del 30 de septiembre fue calamitoso para el presidente, que apareció incoherente, cínico, débil e indeciso; exactamente todos los defectos que le achacaba a su oponente. En cambio, Kerry cruzó el umbral de la presidenciabilidad --como hizo John F. Kennedy en los debates de 1960--, y la ventaja de Bush en los sondeos se desvaneció. Así que, con el resultado electoral colgando de un hilo, Bin Laden fue sin duda determinante en la victoria que pretendía impedir.

Sin restarle méritos a Karl Rove, el gurú de Bush, quien "convirtió cada uno de los temas clave del debate electoral en un maniqueo choque de dos visiones enfrentadas del mundo", según subraya el estratega republicano Tony Fabrizio. "Trazaron líneas luminosas amarillas en todas partes. Fue brillante".

Por ejemplo, la guerra de Irak no sólo era la vía de combatir al terrorismo, sino también la forma de extender la libertad y la democracia a todos los confines del planeta. Y cuando se reveló que habían desaparecido 380 toneladas de explosivos superpotentes del polvorín iraquí en Al Qaeda, Bush calificó las críticas de Kerry de "ataque antipatriótico contra los militares estadounidenses que arriesgan sus vidas en Irak", y convenció al público de ello.

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