Ricardo III, (1452-1485), el rey cojo y jorobado, presentado ante la Historia y la pluma de William Shakespeare, como un monstruoso traidor, reposará finalmente en campo enemigo. La catedral de Leicester, en el centro de Inglaterra, acogerá de manera permanente la tumba del monarca medieval, después de ganar en los tribunales un contencioso con algunos familiares lejanos del monarca que pretendían conservar sus restos en la catedral de York.

El diseño del féretro, un ataúd de madera diseñado por uno de sus descendientes, Michael Ibsen, fue desvelado ayer. La tumba será construida en piedra de fósiles de Swaledale, un valle en Yorkshire, en un estilo contemporáneo. Encima se grabará hendida una cruz, con el nombre y el escudo de armas de último soberano de la casa de York. “Hacerlo de otra forma hubiera resultado un pastiche de tumba medieval, ignorado el hecho de que había sido enterrado de nuevo en el siglo XXI”, explicó David Monteith, deán de la catedral.

El coste del entierro ascenderá a 2,5 millones de libras (tres millones de euros), de los que la diócesis aportará medio millón. El resto se espera poderlo recaudar por subscripción pública. El funeral tendrá lugar la próxima primavera.

Ricardo III falleció el 22 de Agosto de 1485, a los 32 años, durante la batalla de Bosworth Fiels, contra la Casa de Lancaster, en la localidad de Leicester. Sólo tuvo tiempo de ocupar el trono durante dos años. Sus restos desaparecieron y nunca recibieron el entierro y la sepultura que correspondía a su rango. La pista del monarca parecía perdida para siempre, hasta que hace dos años, unos historiadores aficionados y perseverantes, encontraron sus huesos bajo un muy innoble aparcamiento en el centro de Leicester. Las pruebas de ADN confirmaron la autenticidad del hallazgo desatando una pugna, entre quienes creían que esqueleto real debía quedarse en la ciudad donde fue hallado y los que exigían que se devolviera a York, Reino al fin y al cabo del soberano. El asunto acabó en el juzgado y finalmente, los tribunales fallaron recientemente a favor de dejarle donde ha reposado durante tantos siglos.

Ricardo III es un rey con mala publicidad. Shakespeare lo inmortalizó en la obra que lleva el nombre del monarca, como un personaje, cruel, ruin, con el alma más deforme aún que su cuerpo, alguien sin escrúpulos. Los historiadores consideran ahora que El Bardo quizás cargó demasiado las tintas, para favoreer el efecto dramático.