Tiene tantas etiquetas como pasiones. Dice que le gusta la de agitador. Además, es diseñador, rostro televisivo y baturro bizarro. Participa, trazando la conexión aragonesa, en la muestra sobre Balenciaga que se inaugura el miércoles en el IACC Pablo Serrano.

-¡Qué rara se me hace esta situación! Y tratarle de usted, por mantener el tono de las entrevistas...

-Es casi kafkiano... Pero a nosotros nos pasan muchas cosas raras. (risas)

-¡La ocasión lo merece! Ha sido el encargado de trazar la conexión aragonesa en la exposición ‘El siglo de Balenciaga’.

-Es una coproducción entre el Didam de Bayona y el Serrano, con Pedro Usabiaga como comisario, en la cual hay creaciones de Balenciaga y de sus contemporáneos, incluyendo al aragonés Pedro Esteban. De él hemos recuperado un vestido de mayo del 68, que para mí tiene mucha ternura. Fue el traje de boda de mi tía Milagros. Precisamente ella, y mi modista, Merche, están recuperando muchas piezas de colecciones privadas que exponemos. Balenciaga es un referente del que todo el mundo sigue bebiendo. Su moda no envejece, porque no utilizaba una tendencia, sino que era él quien creaba a partir de un volumen. Era maestro del volumen y arquitecto de la moda.

-Hablemos de esa conexión aragonesa de Balenciaga. ¡Quiero mi titular!

-Lo que más nos llamó la atención es que Balenciaga acabó su vida profesional en Tarazona. Virginia Montenegro nos dio la pista de esta historia. Ignacio Guelbenzu, el pintor, nos contó que una tía suya coincidió con él, en 1971. Pero no solo estuvo allí de asueto. Estaba trabajando en una colección de prèt â porter en Textil Tarazona. Pedro de Sancristóval y Carmen Zurita nos descubrieron que Jesús Azcárate, un industrial vasco, fue el que le hizo ese encargo. Balenciaga murió la primavera siguiente y Azcárate no pudo remontar Textil Tarazona. Y hay más conexiones y personajes que forman parte de la historia.

-Como Meyes Hernández...

-Ella fue una musa de los años 50, zaragozana y maniquí de alta costura, nada más y nada menos, que en Balenciaga París.

-El ciclo Anhelantes, que coordina, o Aragón Fashion Week, que vuelve, han permitido reivindicar historias como esta.

-Y hay muchas. Como la propia tertulia Anhelantes, de la que toma el nombre el ciclo, o Margarita Nuez, de la que habrá que hablar este año en la fashion.

-Por cierto: agitador, televisivo, diseñador... ¿Qué etiqueta le ponemos?

-Me gusta «agitador». Diseño y disfruto la historia. Por eso también me encanta ser cronista oficial de Aldehuela de Liestos (risas). ¡No te olvides! Es el pueblo de mi madre. Pero yo estoy empadronado allí.

-Ya que le gusta la historia. ¿Cómo nació su idilio con la moda?

-Estudiaba Medicina en Zaragoza. Pero un día me dí cuenta de que no era mi destino. Seguía revistas como Vogue o Paris Match, que leía en el Instituto Francés. Y me busqué una forma de irme a París, como au pair. Tenía un carnet de prensa de la revista Mirador, que fundó María Rosario de Parada, y otro de Akí Zaragoza... Y así empecé a colarme en los desfiles de París. Después, empecé a formarme y estuve becado por el Ministerio de Industria, en el Palacio Galliera. De hecho, allí ayudé a catalogar parte del legado de Balenciaga, y empecé a amar su obra.

--Y trabajó para ‘Vogue España’...

-Me las ingenié para hacerlo... Esa era mi manera de poder ir a los desfiles. Antes, a los diseñadores no les dejaban asistir, por evitar el copismo. Me aguanté las ganas de diseñar un tiempo. Cuando me harté, empecé a diseñar y me volví a España.

-Ocurrió durante la movida de los ochenta, que también existió en Zaragoza.

-Mi primera colección fue en el 87. Por aquella época, creamos el Grupo Goya, que hizo cosas importantes. Recuerdo un desfile que organizamos con FITCA en la Aljafería, con motivo de un Congreso Internacional de Sastrería. Trajimos las modelos desde París. ¡Imagina!

-También fue usted uno de los primeros en hablar en sostenibilidad, con Zarteria.

-Fuimos pioneros y los primeros en trabajar con materiales como el de Ecoalf, que ahora es una gran marca, reconocida por Naciones Unidas. Y sigo hablando de cosas como slow fashion. Nuestras confeccionistas no están reconocidas. Claro que los últimos años lo han democratizado todo, pero ha acabado con un sector. Una buena costurera tiene la mala costumbre de comer en Zaragoza. No en Burkina Faso.

-¿De dónde nació su Baturro Bizarro?

-Era una forma de reivindicar la raíces, con una vuelta de tuerca. Pero funcionó hasta en el mundo del rock. Niños del Brasil, Cube, Isis... Han acabado luciendo bizarro… ¡Quién me lo diría a mí! Eso no tiene nada que ver con mi formación clásica. Yo fui tenor en una coral y tengo hasta el octavo de la carrera de Piano.

-¿Tenor? ¿Algo más que no sepa?

-Que me voy a hacer una casa en el monte. En Aldehuela. Soy muy montaraz.