Ejerció la política durante 20 años, tiempo en el que fue alcalde de Ejea de los Caballeros y pasó por las principales instituciones de Aragón, como el Ayuntamiento de Zaragoza o el propio Ejecutivo autonómico. Ahora, un libro editado por la fundación Los Pueyos recoge las columnas que escribe para EL PERIÓDICO desde el 2011.

—Veinte años como docente de Filosofía y otras dos décadas como político, ¿dónde ha aprendido más?

—Creo que dando clases, mucho más con los alumnos. En política sí que se aprende, si vas con la disposición y humildad. Si no, desaprendes.

—¿No le dio miedo cuando dio el salto a la política que le pasara como a Platón en Siracusa?

—(ríe) No, a Platón le pasaron cosas muy desagradables, entre ellas tener que huir, fue vendido como esclavo… no me ha pasado nada desagradable. La política la he visto como un tiempo muy interesante para mí, para la sociedad, en el sentido de que intenté hacer lo que pude, pero siempre he tenido la impresión de ser un político fracasado, me han salido pocas cosas.

—Sin embargo, ha recorrido muchas instituciones, ¿qué conclusiones saca de ese periplo por la alcaldía de Ejea, en el Gobierno de Aragón, como concejal en el Ayuntamiento de Zaragoza… ?

—Creo que la política aragonesa tiene unas características muy concretas. Somos muy poca gente, poco más de 1 millón de habitantes, estamos muy bien ubicados y tenemos un potencial inmenso en cuanto a territorio, agua y comunicaciones, nuestro punto fuerte. Pero no lo hemos sabido aprovechar y nos hemos dedicado a intentar potenciar otro tipo de cosas más propias de la modernidad. La industria agroalimentaria y todo este tipo de cuestiones no las hemos potenciado lo suficiente.

—Hablando de Platón, usted lo cita en el libro que recoge sus 8 años como columnista de EL PERIÓDICO. Recuerda que dijo que para ser político hace falta ética, generosidad y sabiduría, ¿abundan estas cualidades en la política aragonesa?

—Creo que no, ninguna de las tres. Pero no quiero ser duro con la política actual. Suelo ser muy crítico con los que critican a los políticos actuales porque ahora es mucho más difícil que la política que ejercí yo. Todo es mucho más incierto y confuso. Ahora, tras 40 años de democracia, se ha profesionalizado, posiblemente en exceso. Eso de estar toda la vida en un cargo, sobre todo si es poderoso, siempre me ha parecido peligroso porque llegas a creer que ese puesto es tuyo. Es peligrosísimo.

—¿Qué papel juegan las nuevas fuerzas en ese cambio de la política, con una de ellas en el Gobierno de Aragón?

—Fue una virtualidad muy habilidosa de Javier Lambán. Todo puede tener dos lecturas, en el sentido de qué hace un partido de derechas como el PAR con una agrupación de partidos de izquierdas… es difícil, indudablemente, pero si se trataba de tener gobierno, no había más que esa forma. El asunto es muy complicado pero Lambán demostró tener habilidad y se adelantó a la otra parte contendiente.

—Hablamos de tres fuerzas que en el 2011 no existían en el espectro político aragonés, ¿cómo ha cambiado esto el tablero político?

—Indudablemente ha cambiado. Ahora, la política, como es tan poco transparente, cuentan tan pocas cosas y los políticos de alto nivel no nos dicen por qué hacen lo que hacen, tenemos que jugar a profetas, a adivinos. El PP y el PSOE han sido en estos 40 años los dos grandes partidos, pero surgen otros dos, Podemos por la izquierda y Cs por el lado de no sé qué, Ciudadanos es un poema. Y luego surge el quinto partido, el quinto jinete del apocalipsis, que es Vox, que evidentemente ha surgido por dejación de responsabilidades de los dos grandes. ¿Cuánto durará? pues no lo sé. Querría, y pienso que podría ser así, que no durará mucho tiempo, que volverá a los orígenes del PP, de donde procede.

—¿Se han sabido reinventar PP y PSOE frente a estos cambios?

—No. Está todo el mundo muy nervioso y creo que con poca capacidad de análisis. Este es uno de los grandes fallos de la política actual. A pesar de que es muy difícil, repito que es más difícil ejercer ahora la política que hace 30 años, sin embargo se piensa menos, se teoriza menos, y la política, al menos la de izquierdas, sin pensamiento y teoría, no tiene nada que hacer.

—Precisamente, en su última columna pedía eso, diálogo y reflexión. Dadas las circunstancias, ¿no es mucho pedir?

—Creo que es lo que hay que hacer. Estoy totalmente convencido. Y tarde o temprano, los políticos profesionales, en el sentido descriptivo del término, tendrán que caer en la cuenta de que esto es así. Esos intelectuales que opinaban de política, que posiblemente se les daba una importancia excesiva… todo eso ha desaparecido y han aparecido los contertulios, mal llamados tertulianos, y los opinadores, entre los que me incluyo. Eso tiene un peligro. Nos dedicamos a opinar de una manera como de bandería: me pongo a opinar y me enfrento al contrario. Yo soy afiliado al PSOE y una de las cosas que me propongo siempre es que no voy a ir gratuitamente contra el partido socialista, pero desde luego no creo que nadie pueda decir que soy un hooligan del PSOE.

—Por cierto, ¿cómo ve que Belloch haya recibido la Medalla de Oro de la ciudad?

—Es una tradición, creo que se la dan a todos los alcaldes de Zaragoza. Por lo tanto, no hay un valor diferencial ni para nadie ni contra nadie. Me acuerdo cuando Sainz de Varanda estaba en el segundo mandato, que es en el que coincidí como concejal. Era muy singular y en 3 o 4 años dio 18 o 20 medallas de oro; yo le pregunté: Oye Ramón, ¿y tanta medallita? y me respondió que quería que hubiera inflación de medallas, para devaluarlas.

—Usted incluso llegó a sonar como alcaldable en Zaragoza, ¿le hubiera gustado?

—Sí; si juegas, juegas. Siempre tenía un dicho, que me lo repetía mucho, que es que, ya que estamos en esto, si gano, gano; y si pierdo, igual gano más en cuanto a tranquilidad de vida. Pero si estás ahí, estás para lo que estás. Pero fue una cosa muy rara, incluso diría sucia, dentro del PSOE. Desde la estructura regional, entonces estaba Santiago Marraco, me propusieron a mí como alcalde y luego hubo unos tiras y aflojas, entre los cuales estaba el famosísimo Luis Roldán, donde trabajaron para una serie de hombres de paja, que es lo que fue Antonio González Triviño. Aunque luego se quedó, fue un hombre de paja que estuvo mucho tiempo en el pajar, con lo cual les jodió un poco el invento a los que lo habían puesto. Pero en fin, son cosas feas de la política.

—Ahora un libro recoge 8 años de colaboraciones con EL PERIÓDICO, ¿está orgulloso de este trabajo?

—Es curioso. La fundación Los Pueyos ha editado el libro sin decirme nada, fue una sorpresa agradable. Efectivamente, tú te lees y tienes una sensación curiosa. Hay de todo; desigualdad entre unos artículos y otros. Como todo en la vida, unos te salen mejor y otros peor. Me di cuenta de que era una especie de crónica parcial, muy personalizada, con el menor sesgo posible, pero evidentemente lo tiene. Pero no está mal del todo.

—¿Le gustaría repetir otros 8 años como columnista?

—Si la cabeza me da y no me aburro, no hay ningún problema.

—Volviendo a la política municipal, ¿Cómo ve ahora el Ayuntamiento de Zaragoza?

—No lo sé. Los que están ahora llevan muy poco tiempo todavía. Han ganado las elecciones, porque ganar las elecciones es gobernar, no es sacar más votos. En una democracia representativa solo gana el que gobierna. El alcalde actual no tiene pinta de torpe y va a ser un contrapunto excesivamente distinto al ayuntamiento anterior, que a mí me pareció, con toda normalidad y sin que nadie se ofenda, más bien malo que bueno. Espero que el actual no sea tan malo como el anterior, al menos en cuanto a eficacia.

—Ambos parece que están compartiendo un rasgo, el tono bronco, ¿cómo se puede mitigar?

—El tono bronco se ha apoderado de toda la política nacional. En el parlamento de Madrid es impresionante. Y todos son culpables, el que gobierna y el que está en la oposición. Es un tono que no le va bien a la política, ni al que mete la bronca, ni al que la recibe, ni a la gente, que se cabrea de una manera bárbara… la bronca es una ruina total en política.

—Y para esta situación, ¿no estaría de más la enseñanza de la filosofía?

—Totalmente de acuerdo. No la filosofía en un sentido profesional, sino en otro más elemental: reflexionar sobre lo que pasa. Los primeros filósofos no hacían más que mirar a la realidad, observarla y pensar sobre ella. Mirar bien, analizar bien y reflexionar bien para luego operar en consecuencia: eso es la filosofía.