Fundador de Titiriteros de Binéfar, con Pilar Amorós. Obrero de la cultura, defensor del corro y de las historias, su pasión tiene museo en Abizanda. 43 años de compañía, 8.000 funciones, 40 países en la maleta... Ayer celebró Carnaval entre Binéfar y Jaca.

-Ustedes serán muy de Carnaval..

-El otro día escribí un texto sobre estas fiestas, sus símbolos, incluyendo sus bailes... Los bailes en corro, que se está perdiendo en pos de otras cosas más individuales y coreografiadas. El corro es un símbolo. Un círculo en el que todos somos iguales, en el que hay que equilibrar tensiones... Hay algo especial en el Carnaval, de hacer las cosas al revés, de que manda el que no manda... Es maravilloso.

-Con 43 años de trabajo, mantiene esa parte subversiva del títere.

-En nuestra casa de Títere, en Abizanda, hay un grabado muy bonito, en el que está el polichinela está pegando a un guardia y hay tres niños trabajandores mirando. La provocación, la subversión, es intrínseca al teatro de títeres. Aunque lo que resulta subversivo es diferente en cada momento. Ahora, los programadores quieren muchas veces cosas sin fondo. Estamos en la obsesión por lo políticamente correcto. Los poderes buscan no molestar. El teatro es un espejo en el que la sociedad se mira y la subversión es necesaria.

-El teatro para títeres que es algo que identificamos con los niños, no lo es, como ha recordado usted muchas veces.

-Es un sambenito que tenemos. Nosotros hemos hecho varias producciones para dultos; Almogávares, El Bandido Cucharacha o El hombre cigüeña, por el que tuvimos el Premio Nacional de Teatro... E incluso estoy preparando ahora algo nuevo en este sentido. Se están haciendo cosas para adultos en varias compañías. El problema con identificar a los títeres como algo para niños tiene que ver con que a veces se han acabado buscando cosas muy ñoñas. Es lo mismo que ha pasado en los cuentos. Y todo eso tiene que ver con la sobreprotección de los niños. Pero los cuentos clásicos están llenos de mensajes y no hace falta hacerlos blandos.

-Hábleme de ese «algo nuevo»...

-Se llama Memorias histrónicas y ahí he seguido trabajando con las gregerías de Gómez de la Serna y con la Sublevación de Jaca y con cosas de la Regeneración de Joaquín Costa, cuyos textos son muy actuales. He cogido todo eso y lo he mezclado con mi vida personal, porque mi abuelo era anarcosindicalista... Aún sigo trabajando.

-¿Cómo se enamoró de su profesión?

-Fue por culpa de Gerardo Duat, un hombre de San Esteban de Litera, que había aprendido el oficio de Ezequiel Vigués Didó. Éñ era uno de esos titiriteros que actuaban en el Quatre Gats de Barcelona, ese lugar al que Rusiñol y Dalí iban a tomar vino y a hablar de poesía. Es personaje acabó muriendo hace unos años en Binéfar, y antes en una residencia de aquí donde seguía haciendo títeres. Yo lo conocí y me subyugó. Y me lo enseñó todo. Tengo una fijación por una maleta que llevo a los espectáculos porque era parecido a aquella de la que él sacaba los cosas.

-Al final, lo dejó todo por esa pasión...

-Sí, porque además también involucré a Pilar, mi mujer. Durante los primeros años, ella era maestra en Binéfar y yo, en Lérida o en el valle de Aragón. Combinábamos una profesión con otra pero, al final, decidimos apostar por la compañía. Nos liamos la manta a la cabeza y nos arriesgamos. Al principio, cobrábamos por actuar 5.000 pesetas y la comida.

-Desde entonces ha llovido mucho. Giras, premios, festivales... Más de 8.000 funciones. Ahora, tienen una plantilla estable y varias generaciones de la familia en la compañía.

-A mis hijas Marta y Eva nunca les dijimos que tenían que entrar en la compañía pero sí que tenían que estudiar una carrera. Y lo hicieron. Después volvieron, porque vieron en casa la posibilidad de hacer lo que les gustaba. Nuestras hijas nos han dado nietos. Y, claro, cuando vienen a alguna función, se suben al escenario.