Showman aragonés, mago, músico multiinstrumentista y compositor. El Sótano Mágico es su sueño (y su desvelo) hace seis años, una sala y un peculiar museo en el barrio de San Pablo de Zaragoza en los que la ilusión tiene la agenda llena durante estas fiestas.

--Han vuelto a hacer de estas unas navidades mágicas, también en la programación de su ‘sótano’... Y mira que esta vez la realidad se lo había puesto difícil.

--La verdad es que estaba complicado. Desde que explotó todo esto, mi socia Elena (Suárez-Perdomo) y yo hemos intentado salir adelante. Y fue maravilloso ver la respuesta de todos los magos, diciendo que no se podía morir el proyecto de Sótano Mágico. Gracias a eso, nos hemos plantado en Navidad con un cartel muy bueno, con el que ahora abrimos el año, entre ellos, Andy González o Enric Magoo, que tiene un primer premio de magia. El día 10, incluso vamos a estrenar un espectáculo, Tempus Mágicus, creado por Elena y por mí.

--Lo más bonito de esta campaña de apoyo de la que habla es que fue espontánea.

--La verdad que sí. Nosotros no hicimos nada. Fueron los propios magos: querían que no se cerrara el sótano. Ellos han venido a actuar aunque lo hicieran ante 5 o 10 personas, al 25% de aforo... Y mientras, nosotros, estamos haciendo todo lo posible por hacer las cosas bien. Hasta hemos remodelado los espectáculos para que no haya contacto con el público.

--Creo que, aprovechando el momento, hasta quieren darle un impulso a su Museo de la Magia.

--Pensamos que el material de allí es lo más maravilloso. Ahora, cada vez viene público, les hacemos una visita rápida por el museo, como forma de agradecerles su asistencia. Y la gente alucina. La magia sigue siendo magia y tiene que verse en directo. Y los adultos también lo disfrutan mucho cuando vienen, aunque al principio, cuando llegan al sótano, algunos lo hagan pensando que eso va a ser para niños. Al verlos, yo sé que la magia existe más allá de los trucos. Lo comprobamos a diario con la ilusión y el aplauso del público. La magia existe; nosotros los comprobamos a diario.

--¿Qué es lo más curioso de su museo?

--Para mí, objetos de magos que ya no están entre nosotros. Eso me llena. Como fan y friki, cuando falleció Pepe Carrol sacaron un montón de cosas de la magia y me hace mucha ilusión tener parte de esa colección. El, que era de Calatayud, es uno de los grandes magos que ha habido en Aragón... ¡Y tenemos muchos! En los años 60 o 70, los magos aragoneses arrasaban y lo hacían en todas las ramas de la magia. Ahora también hay unos magazos de alucinar que tienen 20 años y están triunfando, como Juan Capilla, que es de Zaragoza, que está comercializando ideas suyas y juegos hechos por él a nivel mundial.

--Esta Navidad, ha estado representando a esa ‘escuela’ en los festivales de Castilla y León y en las jornadas de Zamora...

--He sido el único aragonés. Me encanta estos festivales. Y, además, ir con mis instrumentos aragoneses por bandera. La dulzaina, la gaita y la cultura aragonesa forman parte de mi show, también de todo lo que hago con Elena, que es violinista.

--Bromea usted diciendo que se hizo mago por ser hijo único. Pero la verdad es que el arte siempre estuvo en su vida...

--La verdad es que de pequeño veía a David Copperfield, Tamariz o Carrol y alucinaba. Y, sí, tocaba cualquier instrumento que me caía en las manos. Mi padre, José Pascual Banzo, siempre tuvo como afición la música, además, de ser un grandísimo atleta que aún sigue teniendo el récord de Aragón de lanzamiento de disco. Aparte de eso, tiene una voz y un don que es una barbaridad. Y yo le acompañaba muchas veces en sus grupos.

--Después montó un montón de grupos, colaboró o formó parte de otros tan conocidos como La orquestina del Fabirol. Y hasta fue el último gaitero de Ixo Rai!

--Sí, tuve suerte... Siempre fui inquieto y tuve facilidad para tocar instrumentos. Me ponía, le echaba horas... Y al final tocaba la dulzaina. La peor parte de este proceso siempre la sufren los más cercanos. Hay mucho tesón y mucho trabajo detrás, como pasa con la magia. La magia con monedas, por ejemplo, exige muchas horas. En realidad, son pequeños malabares y no se puede ver que lo son.

--En estos años, también ha hecho mucho teatro. Una curiosidad: ¿por qué dice que el escritor Fernando Lalana tiene la culpa de que se metiera a titiritero?

--Era vecino de mi casa y siendo yo adolescente, teníamos mucho contacto y él hacía discomóviles, porque tenía un equipo de sonido. Y necesitaba alguien que pusiera la música. Así que a mí, que no había estado frente a un público, empezó a pillarme el gusanillo. El del contacto con la gente, el de la risa, el del asombro... Y hasta hoy.

--Esas risas tan necesarias ahora...

--Es que la cultura, además de segura, cosa que ya sabe el público que viene a nuestra sala, es necesaria y es sanadora. Algunos de los males que estamos teniendo, con una risa, con un asombro, se curan.