Una vez más, coincide que los lugares que encierran dentro de si un verdadero encanto, están alejados o poco comunicados con las grandes urbes. Es el caso de Sisamón, que siendo uno de los pueblos más alejados de las grandes ciudades, atesora y cobija en su interior un halo de pureza que deleitará al visitante.

Si se observa con detenimiento en sus alrededores, los restos arqueológicos dan muestras de que otras civilizaciones pasaron y se asentaron aquí en otras épocas. No en vano, dada la altura en que se encuentra, con toda seguridad sería un lugar estratégico en tiempos pretéritos. Podríamos hablar mucho más de su historia, pero hemos de dar unas notas sobre lo paisajístico.

Ascendiendo por cualquiera de sus calles llegaremos al castillo semi-derruido que, construido en lo más alto, invita al viajero a buscar con la vista en las sierras más lejanas que descienden en dirección septentrional y se adentran en Aragón. Mirando en dirección opuesta a este escenario, encontramos que el bosque de sabinas, enebros y chaparras reclama su espacio y se hace un sitio entre los cultivos. Este bosque, más allá de donde alcanza la vista se hace grande y se adentra en tierras castellanas. También observaremos desde aquí, la ermita de la Virgen de La Carrasca. El silencio parece que todo lo rodea y sólo lo profana el aleteo de alguna paloma que huye.

La acción agrícola es cerealista, cambiando drásticamente los colores. Alternando los marrones y los ocres de la tierra cruda recién arada en invierno; los intensamente verdes primaverales de un campo fecundo que dará paso a los tonos tostados de la paja tras la cosecha.

ANDRES NUÑO