La lluvia de verano ha dejado de caer. Una preciosa mujer sale del café. Tras ella, un camarero echa las persianas y apaga los farolillos del establecimiento. Pilar camina por la acera lentamente. Se siente agotada, sin fuerzas. “Necesito una temporada de descanso” -piensa- “pero no tengo tiempo, tengo demasiado trabajo”.

Se detiene al ir a cruzar la calle. Observa los charcos de verano y sus ojos brillan por un instante. Y antes de que se apaguen, Pilar salta rebelde sobre un charco, y sobre otro, y sobre otro. Pero al saltar sobre el cuarto, Pilar desaparece. ¿Qué ha ocurrido? ¿Será posible que el charco se la haya tragado? Pues sí. Y la aturdida Pilar desciende vertiginosa por un tobogán que tiene un poco de agua. Y por fin aterriza y lo hace sobre algo blandito. Y se siente tan cómoda que se queda dormida. Y duerme, duerme…

Pilar abre los ojos lentamente. Ve un cielo completamente azul. Los rayos del sol acarician su rostro. Está tan a gusto y tan relajada que no quiere levantarse. Se escucha una voz infantil.

- ¡Hola Pilar!

Pilar se incorpora y descubre a su lado a un precioso niño de tez morena y unos ojos negros enormes.

- ¡Hola pequeño! -saluda Pilar.

Y entonces se da cuenta de que está en una isla maravillosa. Se había quedado dormida sobre la arena, rodeada de árboles acogedores y de las aguas más limpias y claras que jamás se hayan visto. Y el murmullo del mar había amansado sus sentidos con su hermosa canción de cuna.

- ¿Dónde estoy? -pregunta Pilar al niño.

- En la isla de los delfines -contesta el pequeño. Y añade: “Aquí el tiempo se detiene para que descanses.” Y tomando a Pilar de la mano la lleva hacia la orilla. Ambos se detienen.

- Levanta los brazos un momento -le dice el niño. Y cuando Pilar los levanta, el pequeño le hace cosquillas y Pilar se echa a reír. Y al escuchar su risa aparece un enorme y simpático delfín.

- Es mi amigo el delfín -explica el muchacho. Sólo aparece si oye reír.

- ¡Es precioso! -exclama Pilar.

- Te invita a dar una vuelta alrededor de la isla.

Y Pilar sube al delfín. Y al suave contacto de sus pieles ambos empiezan a reír. Y comienza un viaje fantástico alrededor de la isla. Un viaje inolvidable en el que Pilar habla y juega con caballitos de mar, come frutos dulcísimos de árboles mágicos y se adormece sobre el delfín al son de las melodías de los pájaros del sueño.

Fin del viaje. Se despide del delfín y se tumba sobre la arena. Ha anochecido. Admira el cielo lleno de estrellas. De pronto, siente un roce en su mano.

- ¿Me cuentas un cuento? -le pregunta el mismo niño de antes.

- Claro -contesta Pilar.

El niño también se tumba boca arriba. Pilar le agarra de la mano y le cuenta un cuento. El pequeño se queda dormido. Pilar cierra los ojos. Entonces, la luna de algodón desciende de su cielo y se coloca junto a Pilar. Le cuenta un precioso cuento y le besa dulcemente en la frente dejándola dormida.

Pilar despierta en su habitación. “¡Caray, qué sueño tan bonito!” piensa. “Hasta me encuentro mucho más descansada. ¡Ojalá existiera un charco que te llevara a la isla de los delfines para descansar!”

Se acerca a la ventana y mira hacia la calle. Todavía se ven charcos de lluvia. De pronto, descubre al niño del sueño. Salta sobre un charco, y sobre otro, y sobre otro y… ¡desaparece!

Pilar no sale de su asombro. Sigue siendo de noche. La luz de los faroles ilumina los charcos de verano.