La incoherencia está, si no en la esencia, sí en la existencia diaria de la vida política. Se podría decir que es una cualidad que define a todos y cada uno de quienes la ejercen. Así que entrar en un bucle de competición sobre quiénes lo son más y quiénes menos puede generar un debate interesante, pero también estéril en la práctica. Más allá de que la política sea el arte de lo posible, las situaciones cambiantes y complejas en las que nos movemos revelan que hasta el más sólido argumento tiene sus flecos y zonas oscuras, sus efectos colaterales, y está en permanente revisión. Más aún, claro, si hablamos de las posturas de los partidos políticos y sus líderes, porque en el juego democrático, los bandazos tienen la única misión de captar votantes y cuotas de poder.

El PP llegó a la acaldía de Madrid basando gran parte de su campaña en revertir las medidas de Carmena sobre la limitación del tráfico, entendiéndolas como impopulares y, por lo tanto, susceptibles bolsas de votos fáciles. Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad, llegó a decir que obedecían a intereses de lobis de la izquierda. Estos días, sin embargo, han tenido que aplicar el protocolo anticontaminación del que abominaban, mientras siguen sin reconocer que la salud de todos es una cuestión transversal o, al menos, debería estar por encima de identificaciones partidistas.

La configuración de un gobierno de coalición con formaciones de izquierda. donde todo está por ver, salvo las «ridículas exageraciones» de las derechas», como dice el 'Financial Times', ha desatado alarmas innecesarias. Para el votante progresista tan sensible al desencanto, cabe recordar que más allá de los Presupuestos que puedan aprobarse, desde ya es inconstitucional incumplir el déficit. En cualquier caso, al mando de la parcela económica estará una ortodoxa europeísta como Nadia Calviño.

Para los que auguran un escenario apocalíptico, recordar también que el propio FMI, el mismo que auspició la austeridad y los recortes tras la crisis, defiende ahora que se puede luchar contra la desigualdad elevando los impuestos a los más ricos («sin sacrificar crecimiento económico») en un marco fiscal más amplio centrado en la progresividad, la reorientación del gasto social, la lucha contra todos los focos de desigualdad y la apuesta por el aumento del gasto público. Cualquiera diría que el FMI le ha hecho el programa de Gobierno a PSOE-UP.