La dictadura del mercado laboral comienza a hacer estragos en la sociedad. El periodo de once años que separa el inicio de la crisis económica del momento actual está jalonado de hitos que han ido empobreciendo la calidad del empleo. En el caso de España, las dos últimas reformas laborales sacudieron los cimientos de un mercado que se ha precarizado progresivamente a golpe de devaluación salarial. La situación ha llegado a un punto que aspirar a un sueldo de mil euros se ha convertido en algunos casos en una quimera.

Una encuesta elaborada por la empresa de recursos humanos Adecco e Infoempleo señala que el 51% de los trabajadores realiza más horas de las establecidas por contrato. De ellos, el 41% no obtiene ninguna retribución añadida por dedicar más tiempo a su trabajo. El informe arroja otras perlas como que casi el 50% de los encuestados dice que el empleo que desempeña está por debajo de su cualificación, un aspecto que agudiza la precarización en estratos sociales con una mayor formación.

Mientras, la desaceleración de la economía europea, principalmente, pero también la española parecen ya una realidad. Los años de crecimiento a niveles cercanos al 3% no han servido para apuntalar los salarios y mejorar la situación económica de los trabajadores. Porque eso, según el Banco de España, puede frenar la competitividad. De hecho, el supervisor instó hace apenas unos días a los agentes económicos a «mantener las mejoras competitivas que han estado en el origen de la recuperación» es decir, la devaluación interna de los salarios. ¿Acaso no hay mejores fórmulas para elevar la competitividad de las empresas?

UN HECHO EMPÍRICO

La acumulación de horas extraordinarias, la prolongación de las jornadas laborales y su repercusión en el bajo rendimiento de los empleados parecen hechos constatados por diversos estudios. La compañía Perpetual Guardian, de Nueva Zelanda, desarrolló en el 2018 una prueba de ocho semanas en la que participaron 240 empleados (el mayor estudio privado realizado hasta la fecha). El objetivo era medir la productividad, motivación y el rendimiento del personal trabajando solo cuatro días por semana. Las condiciones de empleo y la remuneración se mantuvieron inalterables. Y los resultados fueron sorprendentes.

La empresa consiguió aumentar la productividad un 20%. Fue la compensación por un día más de descanso. Además, en los casos analizados, mejoró el compromiso de los empleados con su empresa, se redujeron los niveles de estrés y se consiguió un mayor equilibrio familiar y laboral.

La fórmula puede parecer excesivamente innovadora, pero se ha demostrado efectiva. No obstante, existen otras que bien podrían aplicarse en las empresas españolas en las que el presentismo se ha convertido en algo casi cultural.

Jeffrey Pfeffer, profesor de la Escuela de Postgrado de Negocios de la Universidad de Stanford y autor de más de una decena de libros sobre recursos humanos señala en su último libro, Muriendo por un salario, que el sistema de trabajo actual provoca enfermedades en las personas y precipita incluso la muerte en casos extremos. Y pone cifras a su teoría. En Estados Unidos, el 61% de los empleados cree que el estrés les ha provocado enfermedades, mientras que el 7% dice haber sido hospitalizado por causas laborales. Las estimaciones de Pfeffer apuntan que esta patología ocasiona la muerte anual de 120.000 norteamericanos. Desde el prisma económico, la factura del estrés para las empresas ronda los 300.000 millones de dólares al año en Estados Unidos.

En Aragón no hay estudios al respecto, pero la temporalidad y la precariedad del mercado laboral es un hecho constatable. La comunidad arroja 10,8 horas extra por persona al año y totalizó 3,5 millones en el 2018. Quizá muchas para una población con una tasa de paro del 10%. Son las contracciones del mercado laboral.