La parroquia de San Ignacio Clemente Delgado de Valdespartera es la única en Zaragoza con pista de fútbol. Una particularidad que al mismo tiempo es un buen ejemplo del crecimiento del barrio, al sur de la ciudad, pues desde su origen ha estado necesitado de infraestructuras ciudadanas. Fue el arzobispado el que decidió dotar al recinto parroquial, que se levantó en un solar municipal en el 2016, de este complemento deportivo. Según dicen, para ofrecer un servicio al distrito del que carecían en su origen y favorecer la vida familiar.

La creación de la pista de fútbol eclesiástica de Valdespartera (instalada en la calle Mary Poppins, ojo) es una excepción en un barrio en el que la mayoría de solares siguen sin un uso definido. Los proyectos iniciales se desvanecieron en la crisis y la lucha vecinal ha podido arrancar algunos servicios básicos con los que se van apañando, como colegios o el mercado. El resto, bastantes en manos privadas, sirven como aparcamientos improvisados.

El presidente de la asociación vecinal, Adolfo Lahoz, recuerda con un suspiro lo complicado que ha sido batallar contra las administraciones públicas. «Daría para escribir todo un libro», afirma. Conversando a pie de calle lo que piden ahora son mejoras en la biblioteca del distrito, la apertura de una oficina postal, el acondicionamiento de zonas de goma en los parques infantiles, el fin del centro cívico de Rosales o el aumento en las frecuencias del transporte público. También que se aborde cuanto antes el problema de los ruidos, que en ocasiones llegan desde los cielos dado el tráfico aéreo que surge de la cercana base militar. Y sobre todo, que uno de los solares municipales se convierta en el centro deportivo con piscina que lleva años proyectado, insiste Lahoz.

El viejo barracón de los cuarteles de Valdespartera se usa ahora como casa de la cultura y espacio vecinal. Está entre las calles La isla del tesoro y Ciudadano Kane. Lo rodean lazos morados que dan cuenta de la reivindicación feminista del viernes. Varios grupos de adolescentes conversan en los bancos de la puerta. En su interior, carteles reclamando la extensión del servicio Bizi y anuncios de cursos de refuerzo escolar. «Ha servido para mejorar la convivencia», indica Lahoz. Con sus tejas de barro parece un resto arqueológico de unos lejanos años noventa en los que este territorio todavía era zona militar.

La evolución del barrio ha permitido que el tejido comercial tenga unas dimensiones razonables. Los vecinos por eso no quieren ni escuchar hablar de posibles centros comerciales. Si algún solar tiene que dejar de ser un aparcamiento en precario, se decantan por más escuelas infantiles. O eso afirman en las áreas de columpios y balancines, con superpoblación de carritos de bebé. «Parece un tópico, pero como aquí no existe resguardo, los días de mucho aire no se puede salir a las zonas de juegos», lamenta Manuela Pascual mientras vigila a su hijo con el rabillo del ojo. En todo caso, en los bajos de los edificios y en los patios interiores predominan los carteles de prohibido jugar a la pelota que los vecinos adultos parecen colocar para boicotear a los más pequeños.

Entre la paradoja y el problema menor, da la casualidad de que el único barrio dedicado al séptimo arte en Zaragoza no tiene cine. En este distrito se rodó Salomón y la reina de Saba, pero del proyecto Lumiere, que antes de la crisis prometía un centro comercial con varias salas, solo queda solar. Uno puede pasear por la calle de La edad de oro, por la calle Frankenstein o por la Avenida de Casablanca. Y pasar las tarde ante los lagos de Penélope Cruz, pero será incapaz de ver en pantalla a la actriz interpretando a la madre del cineasta en la próxima película de Almodóvar.

Otra paradoja quiere que el recinto habilitado por el programa Estonoesunsolar en Valdespartera tenga al lado un solar. Las bolsas de plásticos que arrastra el cierzo se enganchan a la valla metálica, algo que se evitaría, según el responsable vecinal, con «más civismo por parte de todos». La pista deportiva de su interior presume de carácter laico. «Los jóvenes la usan bastante, pero ellos en cualquier sitio están bien», dice Valle mientras pasea con su nieto por la calle La quimera del oro.