El tipo de partido pedía de inicio la presencia de Koke y según se sucedieron los hechos, lo solicitó a gritos a cada segundo. De principio a fin, la selección española confirmó que su lazo con aquel fútbol campeón de triangulaciones mágicas y posesiones de productiva fantasía hoy en día le estrangula a largo plazo. Ha perdido gracia, velocidad y frescura. Anuda tanto el juego a un ritmo con mucho toque remolón y poco vértigo que facilita toda estrategia conservadora del rival, cerrándose las puertas hacia arriba y abriéndolas de par en par en defensa, con errores de falta de concentración y tensión. De esta forma se ha clasificado como primera de grupo, pero no debería celebrar más que seguir con vida en el Mundial porque es un auténtico flan en sí misma y en manos de Fernando Hierro, quien pese a que Marruecos le indicó con claridad cuáles eran las deficiencias y cómo corregirlas, no supo reaccionar. Y cuando lo hizo, con la entrada de Marco Asensio, Rodrigo y Aspas, desprendió un fuerte tufillo a novato. Dejar inédito a Koke en todo el encuentro desnudó a España frente a un adversario de consistente coraza táctica. Provocó dentera. Irán ya había avisado y no se tomaron las correspondientes medidas.

De la confluencia de Iniesta, Silva, Thiago e Isco, solo brilló con intensidad y enorme espectáculo el malagueño, autor de un gol y generador de arriba a abajo del juego español ante la orfandad de Busquets. El resto, del que se salvan los clásicos y cada vez más otoñales detalles de Iniesta, estuvo empalagoso, reiterativo y horizontal hasta la saciedad. El balón quema en la toma de decisiones serias y sin él, España sufre ataques epilépticos de dudas. De cara al cruce con Rusia, Hierro o el pinganillo de Celades tendrán que hacer algo diferente sin desnaturalizar por completo un estilo tan definido para lo bueno, lo malo y lo horrible. Dar entrada a Koke es una de las soluciones (De Gea y los centrales merecen un capítulo aparte) porque el todoterreno del Atlético se hace imprescindible en una columna vertebral inexistente, en ocasiones herniada. Abarca todos los espacios, derrocha criterio, batalla, recupera, llega, dispara (¿quién lo hace en este equipo?), se repliega mejor que nadie y si hace falta tiene mando. E imprime carácter en citas rocosas, que en este Mundial lo son la mayoría.

No hay nada perdido, por supuesto, pero la selección española que tan buenas vibraciones dejó contra Portugal para empatar, no para ganar, ha sido un transatlántico navegando por los charcos que le han invitado Irán y Marruecos. Sin espacios ha encallado y a Hierro se le ha visto bracear con el flotador en los pies, mucho más errático de lo que se podía esperar de un principiante en la competición más exigente del planeta. España es puro azúcar y se alimenta de él, pero necesita algo de sal. Una armadura defensiva de mayor grosor físico y mental y administrar los riesgos sin asumir por decreto el protagonismo de los partidos. Ya no está para eso.