Ni jugó. Ni habló. Ni se le vio apenas en Rusia. Aquellos 45 minutos ilusionantes ante Nigeria y después la nada. Antes también la nada. La misma imagen e idéntico gesto. Se quedó en silencio sobre el césped. Hace cuatro años en Maracaná, perdida la final del Mundial, lo más cerca que ha estado (y quizá estará) de esa Copa; ahora en Kazán. Leo Messi acabó petrificado, a pesar de que asistió en el estéril gol del Kun Agüero. Quizá sea su último Mundial. Nadie lo sabe. Solo él.

Aquel centro al Kun, su amigo del alma, tal vez sea su última escena en un Mundial. Lleva cuatro (Alemania 2006, Sudáfrica 2010, Brasil 2014 y Rusia 2018), incapaz como ha sido, además, de marcar un solo gol en los encuentros de eliminatorias directas. Fue Sampaoli quien le puso de falso nueve, intentando repetir el descubrimiento de Guardiola en el glorioso Barça, sin detectar el técnico que lo que estaba haciendo era falsear al propio Messi. Quedó opaco, triste, apagado, al punto de que se fue consumiendo futbolísticamente que pareció incluso transparente.

Como él no habla, toca escuchar a los demás hablando de él. «Leo está muy tocado. Como todos, pero él más por todo lo que le representa cuando juega con la selección argentina», admitió el Kun. «Aquí solo hay una persona imprescindible. Es Leo, los demás, no. Mi historia se acabó. Lo dejo», contó Mascherano anunciando su renuncia a la selección argentina, certificando así el final de una etapa. Biglia también lo deja.

El Kun, en cambio, tendió la mano a Sampaoli si decide seguir llamándole. Pero la gran pregunta es otra. La pregunta que ya tiene en vilo a Argentina afecta, obviamente, a Messi. ¿Estará Leo en Catar-2022? Ninguno de sus amigos puso la mano en el fuego.

Ya se fue una vez de la selección y volvió para llevarlos a Rusia en el último suspiro de una agónica fase de clasificación. De Brasil a Rusia han pasado cuatro años. Y cuatro seleccionadores: Sabella, Martino, Bauza y Sampaoli. Además, de tanto esperar al Messi del Barça, esa estrella irrompible, con poderes divinos, capaz de resistir todo, se han topado con el Messi de Argentina. Es la misma persona, pero diferente jugador, atormentado porque lo ha intentado de todas las maneras posibles. Y en todas se ha quedado en la orilla.

Mascherano se va, mientras Sampaoli, el técnico que debía crear un paisaje confortable a Messi, sigue. A no ser que lo echen, claro, aunque su contrato le lleva hasta el Mundial de Catar. «No es un fracaso, es una gran frustración», contó el seleccionador que ha dirigido a Argentina con desconcertantes cambios de opinión. Cuatro partidos, nueve goles encajados, cuatro modelos tácticos distintos y, al final, Messi de falso nueve.