Si para España está claro que el 2004 pasa a la posteridad como el año del peor atentado de la historia, el 11-M, y por el final del aznarismo, ¿qué acontecimiento quedará en los libros de texto como referente internacional de estos doce meses?

En función de como evolucionen en el futuro del castigado planeta las catástrofes naturales, nuestros nietos relacionarán probablemente el 2004 con el maremoto del Indico. Porque, aunque no se deba directamente al comportamiento de los hombres y la degradación del planeta, es una solemne bofetada. La naturaleza manda y no la dominamos, pese a la soberbia de nuestra civilización que dedica sus principales recursos económicos y tecnológicos a la armas y las guerras, a incrementar el consumo de una minoría privilegiada de la población y a defender a ultranza un statu quo mundial desigual e injusto.

En política, el 2004 ha sido el año de la insistencia del país más fuerte de la tierra en darle todos los poderes del liderazgo democrático a George W. Bush, un presidente reaccionario y casi de extrema derecha. Y eso, pese a pillarle en la mentira de la falsa excusa antiterrorista utilizada para desencadenar en Irak una guerra cuya clave real era económica.

Aquí, mas cerca, ha crecido la UE, aunque diluyendo su cohesión; España ha girado hacia la izquierda y hacia un mayor respeto a la pluralidad, y, pese a los pronósticos adversos, y Aragón cierra un ejercicio con la ilusión de ver derogado el trasvase del Ebro y con el alegrón que supuso la concesión de la Exposición Internacional del 2008 a Zaragoza.

Con todo, la mejor noticia del año es que ETA no ha matado. Eficientes operaciones policiales han debilitado irreversiblemente su fuerza física, mientras un avance de la sensibilidad de rechazo al terrorismo y el creciente aislamiento civil de su entorno asfixian sus pretensiones de peso político. El año que nace tiene muchas posibilidades de ser todavía más decisivo, si no histórico, en el proceso de liquidación de la violencia radical vasca.

El encumbramiento de la comunicación por telefonía, la lluvia de telebasura caída sobre los hogares, el paso adelante en derechos civiles que supone aceptar que los homosexuales puedan emparejarse sin sufrir discriminaciones, son otros elementos definitorios del complejo y convulso 2004.

Tal como están las cosas, tampoco el que empieza será un año fácil o blando. Un Irak desestabilizado amenaza la paz y la prosperidad internacional. Es evidente que España y Aragón --porque el proyecto del 2008 es algo de todos y para todos-- tienen por delante un periodo apasionante, aunque a nivel nacional se augura políticamente complejo. Ante ese panorama, lo menos que puede decirse es que el 2005 se presenta como muy incierto.