Este año 2019 va a ser un año intensamente electoral: el domingo 26 de mayo habrá elecciones europeas, autonómicas (en casi todas las CCAA de España) y municipales. Y pudiera ser que también haya elecciones generales (dependerá de presupuestos y de sondeos). Por tanto, no sobra una mirada sobre los distintos actores y escenarios que operan políticamente en la actualidad española.

Las elecciones europeas deberían ser mucho más importantes de lo que son. Lo que pasa es que los propios partidos políticos son los primeros que no le dan la importancia debida. El pobre papel que hace el Parlamento Europeo (directamente elegido por los ciudadanos europeos) frente a la ejecutividad de la Comisión Europea (donde operan directamente los 27 gobiernos), hace que en las listas electorales no vayan políticos importantes en sus partidos. Si tuviéramos en cuenta la importancia que las decisiones de Europa, incluyendo el Banco Central Europeo, tienen en cada país, estas elecciones cobrarían mucha mayor importancia. Es una manera sibilina de sustraer el poder a la ciudadanía para otorgarlo a las oligarquías económica y política.

El panorama de la política general española cuenta ahora con un invitado más que se llama Vox. Ahora son cinco, el citado más las cuatro organizaciones anteriores: PSOE, PP, Cs y UP. Tanto los sondeos como los propios resultados electorales siempre están haciendo sumas de escaños por bloques: derecha e izquierda, eso que algunos decían que había desaparecido. Porque según la Constitución Española los gobiernos los configuran los parlamentos y no los electores directamente. Con frecuencia gobierna, no quien más votos tiene sino quien menos rechazos genera. Esto, que es evidente, algunos no lo entienden. Esto es lo que hace que el poder siempre tienda hacia el centro como punto equidistante entre adhesiones y repulsiones. Hay partidos buenos para ganar elecciones y los hay buenos para ganar discusiones. Y para gobernar hay que ganar elecciones. Por eso las clases medias mandan en las sociedades maduras. Y por eso, también, en la actualidad, hay más incertidumbre porque las clases medias están bastante desestructuradas y el ascensor social de las personas sube y baja en función de cada coyuntura social y personal. En estos momentos, según los sondeos, ninguno de los dos bloques tiene clara la mayoría de gobierno. La formación de gobierno va a depender más de la versatilidad de los partidos que de sus votos. Y los dos partidos más versátiles son PSOE y Cs. Si los dos se alían, se harían con casi todos los gobiernos, general, autonómicos y locales. Cs se puede jugar su futuro si no resuelve pronto su decisión de ser un partido liberal de centro o un partido de derechas. Hasta ahora ha podido mantener su ambigüedad porque no ha gobernado, pero ya se le ha terminado su virginidad. ¿Gobernará Cs con el PSOE o con el PP (y con Vox)? Ésa es la cuestión.

En las elecciones autonómicas, hasta ahora ha sido la alianza PSOE-UP la que ha primado con ligera ventaja sobre PP-Cs. Pero ahora se van posicionando, ya que la aparición de Vox modifica las equidistancias entre unos y otros. Véase Andalucía como paradigma posible. En Aragón, mi tierra, el futuro es incierto, a pesar de la buena gestión institucional del gobierno de Javier Lambán. Por capacidad de trabajo, por progresista, por moderación y por patriotismo constitucional, Lambán se merece seguir. Veremos.

El ámbito local es otro mundo que, aunque interrelacionado con los otros dos, funciona con una cierta autonomía. Ejea, mi pueblo, está en buenas manos. La ciudad de Zaragoza va a ser un enigma y la política de alianzas va a estar estrechamente relacionada con la autonómica. Todo ello, lógicamente, en función de la aritmética de los resultados. El espectáculo que han dado Zaragoza en Común (ZEC), con su esterilidad gobernante, y el PSOE, con su quiero y no puedo o puedo y no quiero, ha sido patético.

Llegando ya al final del artículo percibo que he caído en el defecto que siempre intento evitar: hablar más del carácter electoral que del gestor de cada gobierno. Ahora ya es tarde, pero prometo hablar próximamente de la acción política rigurosa y no solo ni fundamentalmente de su dimensión electoral(ista). La pregunta es muy sencilla: ¿Qué debe hacer un gobierno, hacer lo que hay que hacer para el bien de su país o hacer lo que hay que hacer para ganar las próximas elecciones? Parece lo mismo pero no lo es. Una pequeña muestra sería concretar la fiscalidad necesaria para hacer frente a todas las promesas programáticas. Porque no hacerlo es abusar del cuerpo electoral y obligarle a hacer un enorme acto de fe. Y la gente ya no está para hacer apuestas en el vacío.

*Profesor de filosofía