El próximo 28 de abril hay elecciones generales en España. La campaña electoral coincidirá con el final del juicio contra los separatistas catalanes, por lo que va estar todavía más polarizada que las últimas elecciones andaluzas por la cuestión catalana.

Además e inmediatamente, se celebran las elecciones autonómicas, por lo que el juego de pactos va a ser tremendo con todo tipo de instituciones en el reparto de cromos. Al bipartidismo (PSOE y PP) le ha sustituido un bipartidismo de bloques (izquierda y derecha) con cinco partidos en liza. El ya pretérito pacto transversal entre PSOE y Cs, que hubiera dado un resultado mestizo muy positivo, parece ya antiguo. Tengo la impresión de que los políticos españoles maduran cuando gobiernan y se infantilizan en la oposición. Cs y Podemos se tienen un odio visceral y personal entre sus líderes. Ahora Rivera parece que tampoco quiere ni ver a Sánchez. Esto parece un colegio de adolescentes con los amores y desamores de cada momento. Mientras tanto, la política de grandes objetivos y proyectos parece aparcada hasta que Europa nos lo solucione. Cada vez es más cierta la frase de Ortega «España el problema, Europa la solución».

La inestabilidad política española es actualmente muy fuerte y España no es como la Italia de los setenta, que hizo un arte de los juegos y pactos parlamentarios en el galimatías multipartidista que entonces ellos tenían. Por lo tanto, elecciones generales el 28-A pero cuyos resultados no permitirán la conformación de un gobierno hasta que no se realicen la autonómicas del 26-M. Y, aún entonces, será muy difícil conformar los distintos gobiernos.

Los casi nueve meses del gobierno de Pedro Sánchez han sido, como mínimo, un tiempo entretenido. Opino que el Gobierno de Sánchez lo ha hecho bien. De acuerdo que sin perder nunca de vista la dimensión electoral de sus actos, pero eso es normal. Su puesta en escena ha sido cuidada desde la misma configuración del Gobierno hasta el momento del adelanto electoral del viernes 15 de febrero. Parece notarse desde el primer momento el marketing estratégico de su gurú Iván Redondo. Y eso a un gobierno de nueve meses no le va mal. Ha sido un gobierno para ese momento puntual, más estético y litúrgico que impulsor de grandes proyectos. Sus tres grandes logros (salario mínimo de 900 euros, aumento de las pensiones e incremento del salario de los funcionarios) son un buen poster electoral. También pueden contar en el haber los muchos proyectos que se han quedado a mitad de camino, pues ellos marcan un horizonte de futuro.

Lo que sí merece una lectura distinta es su relación con los independentistas catalanes. No me cabe la menor duda de la sana intención de dialogar por parte del gobierno español, sin salir de los cauces constitucionales, a pesar de la difícil interlocución separatista catalana que, a la mínima, sacaban a escena su derecho de autodeterminación y su referéndum acordado, sabiendo que eso era sabotear el diálogo. También es cierto que la crisis del relator fue mal gestionada por la vicepresidenta, a pesar de no ser un asunto de gran importancia, salvo lo que añadía a la victoria parcial del relato catalán.

Y por ahí se rompió la costura. Me cabe la duda de si la insaciabilidad independentista es posible que prefiera la inflexibilidad de la derecha para seguir jugando hiperbólicamente su papel de víctima. Pobres catalanes que se van a pasar otra legislatura en perpetua campaña separatista. Habrá que dar la medalla al mérito profesional a los funcionarios catalanes, ya que, sin directivos políticos, están haciendo funcionar la administración. A ver si van a demostrar la innecesariedad del estamento político en la gestión administrativa.

La comparecencia de Sánchez para comunicar el adelanto electoral ha sido el primer mitin de la precampaña electoral. Que proseguirá en las pocas sesiones parlamentarias hasta el 5 de marzo. Y ese va ser el discurso socialista durante la campaña. Suena bien. Si, además, excluyen los exabruptos e insultos personales, le dará buen resultado, pues la gente prefiere discursos en positivo. El PSOE está en disposición de ganar las próximas elecciones. Pero otra cosa muy distinta va ser si gobierna o no. En eso, España tiene poca práctica, y la segmentación del parlamento entre cinco partidos va a hacer muy difícil la gobernabilidad. Los vetos van a tener una gran importancia, sobre todo la animadversión entre Podemos y Cs. Y la irrupción de Vox podría permitir un gobierno a la andaluza. Aquí procede una reflexión sobre la responsabilidad de Cs en otorgar carta de ciudadanía a este neofranquismo que estaba camuflado en el PP y que ahora campa por libre. El papelón de Cs le puede pasar una factura difícil de pagar en el futuro. Si Cs abandona su centralidad liberal y forma parte del núcleo duro de la derecha española, España habrá perdido una nueva oportunidad de romper la política de bloques.

Y tras formar gobierno (si se forma), viene la pregunta del millón: ¿qué objetivos y proyectos tendrá el nuevo gobierno? Porque si de lo que se trata es de ir aguantando y resistiendo las tarascadas de la oposición, igual da un gobierno que otro. ¿Para cuándo poner rumbo a la España del siglo XXI? En estos momentos, solo le pediría al nuevo Gobierno, sea cual sea, que elaborase un plan estratégico creíble y viable, con objetivos, recursos, tiempos y cuadros de mando que permitiesen a la ciudadanía ir cotejando la verdad y eficacia de la acción política. Nada más. Y nada menos.

*Profesor de filosofía