Ayer aparecía en estas páginas una monumental calabaza casi de cincuenta kilos. Con mimo y mucho riego, Angel, alias el Guitarras , taxista rocero y servicial, nos ha permitido gozar de tan singular cucurbitácea. Cincuenta por mil, cincuenta mil, justo las calabazas otorgadas al Gobierno aragonés y a todas esas entidades que no han comprendido la justa dimensión del clamor turolense en Zaragoza el pasado domingo. Algo está cambiando, hace tiempo percibido y que cada día cobra mayor vigor: la necesidad de imponer la voz de la calle a los dictados de unos partidos políticos cuyo norte anda a la deriva. Votar cada cuatro años para que nadie pueda exigir responsabilidades hasta la próxima cita electoral, hacer del programa electoral un sayo a la medida de lograr coche oficial, dietas, comidas, entradas gratis y un sueldo más que respetable, dejando en el sendero ideas y promesas ya no se entiende, y poco a poco va cabreando a la ciudadanía y alimentando el desprestigio de una clase gobernante más que responsable del deterioro de la sana práctica, tan necesaria, de "la política". Cuando una organización cívica (independiente y apoyada por gentes de no importa qué pensamiento) es capaz de trascender aparatos, propaganda y gabelas, además de reflejar un descontento real está traduciendo un malestar profundo que anuncia nuevos tiempos. Gritamos en la calle contra el trasvase, y ahora gritamos contra una ridícula ordenación territorial, contra la falta de ideas, contra el deterioro de Aragón, de todos los pueblos de Aragón, más allá del agua.

*Profesor de Universidad