Al otro día del alborozo zaragozano --y me imagino que español-- la prensa italiana aparecía con autocríticas feroces sobre el individualismo y la falta de una acción unitaria que había dificultado la candidatura de Trieste. Aunque las síntesis suelen ser injustas y pierden los matices en el resumen, podríamos decir que los editoriales de los periódicos italianos venían a criticar la falta de cohesión, y la lección que había supuesto la actuación de España. Es posible que esos mismos editoriales hayan aparecido en cualquier otra ocasión en los periódicos españoles, doliéndonos de nuestra falta de unidad y envidiando la ligazón de otros países. Lo cierto es que lo de Zaragoza no es muy sólito en nuestro panorama, donde los cambios políticos en particular suelen significar cambios en general, y podría servirnos de reflexión y de referencia.

Este es un proyecto que se apunta tímidamente, en el que no se cree mucho, y al que se incorporan diferentes entidades con un entusiasmo digamos que perfectamente descriptible. Hay un alcalde del PP y un gobierno del PP, y no es que levante pasiones la propuesta, pero empresarios y sindicatos llegan a la conclusión de que lo apoyarían. Al alcalde del PP le sucede un alcalde del PSOE. Precisamente, coincido con el alcalde Belloch en un tren de regreso a Zaragoza, después de la entrevista que había mantenido con el entonces vicepresidente Rajoy, y encuentro al alcalde ilusionado, después de un encuentro en que le han ratificado el apoyo. Cambia el gobierno, y el PSOE sigue en la misma línea, y Zaragoza recibe el apoyo de la Casa Real y de la más humilde asociación de vecinos, en un entusiasmo cada vez más creciente y, esta vez, sí, indescriptible.

¿Por qué no es siempre así? Quizás porque tocan tiempos de taifas y se extiende la falsa sensación de que los intereses se defienden mejor de manera independiente. Pero los hechos demuestran otra cosa.

*Escritor y periodista