La vida es pura paradoja y de algún modo la paradoja vida pues nos obliga a reflexionar, pensar y re-pensar sobre aspectos que de presentarse de otro modo podrían pasar inadvertidos. Ahora que por los motivos que todos sabemos vivimos separados es cuando más juntos estamos. He ahí la paradoja, según se infiere de lo que nos pasa y rodea: «Hacer sociedad» no depende tanto de la cercanía física cuanto de la emocional. No se me ocurre mejor recurso para acercarme a la verdad que desandar el camino recorrido por las palabras: su significado etimológico. Emoción proviene del verbo movere: moverse, y del prefijo e: desde, emoción sería pues el impulso que mueve a la acción. En este difícil e incierto momento la emoción es, paradójicamente, el impulso que nos mueve a la inacción, al confinamiento y, también y a la vez, el impulso que nos mueve a sentirnos más unidos que antes, al tomar conciencia, en medio del sobresalto, la alerta y la alarma de nuestra vulnerabilidad o lo que es igual de nuestra humana condición de fragilidad. Solo me vienen a la cabeza pensamientos heredados, fruto supongo de mil experiencias, como por ejemplo la recomendación cristiana que como una amable cantinela hemos oído toda nuestra vida, aquella que nos aconseja «hacer de la necesidad virtud» que leída en nuestro presente podría significar algo así como: ya que hemos de mantenernos así aprovechemos lo que de bueno tenga, dar valor a lo importante y aún esencial y alargarlo más allá de lo que perdure esta etapa porque esta dura prueba pasará pero que no pase en balde, que sirva para algo pues si no es ahora cuándo y cuál será la ocasión en que nos replanteemos algunas de nuestras acciones y omisiones.

Que este esfuerzo y preocupación no sean estériles y que, aunque hayan nacido ensombrecidos, arrojen luz para el porvenir ayudándonos a construirlo mejor. Otra enseñanza, esta de origen judío, atribuida al sabio Hillel, eminente rabino del siglo I antes de Cristo, que ya por entonces tenía clara la pertinencia de un interrogante que, paradójicamente, en la misma pregunta encerraba la respuesta: «Si solo soy para mí, ¿sigo siendo yo todavía?» Hillel sabía que no, que yo solo cobro sentido a través del otro, de todos los otros en realidad y por mucho que sea el tiempo transcurrido desde que él lo planteara nada ha cambiado. Nuestra interdependencia en la época de la especialización y la globalización no deja de aumentar; las autarquías, las autosuficiencias son cosa de un pasado que sentimos muy lejano. Quizás por momentos nos creímos dioses, diseñando nuestras vidas casi por encima de cualquier adversidad y contratiempo incluso disponiendo de lo que no nos pertenece a nosotros sino a los que nos sucederán. Nos creímos dioses y de repente hemos descubierto que solo somos humanos. Vuelvo a las palabras, la mejor patria que imagino. Más allá del latín parece haber acuerdo en que divino proviene del deva, ser celestial o dios y este a su vez proviene de la raíz protoindoeuropea deiwos, brillar. Pues bien sea quien sea a quien como tal respetamos él puede brillar en solitario pero nosotros, solo humanos, únicamente podemos brillar juntos cuando nos reconocemos igualmente frágiles y nuestra compasión nos conforma.

Profesora de Filosofía del Derecho de la Universidad de Zaragoza