No hubo un desastre en la tasa de participación como muchos auguraban, fue mayor que en los años 2011, 2015 y 2016, y eso que llevamos cuatro elecciones generales en cuatro años. Los españoles estábamos movilizados por la incertidumbre de los resultados, porque no solo se jugaban en división de derecha e izquierda, sino de territorio. A la campaña sobre identidades nacionales en la que todos cayeron, la respuesta ciudadana ha sido los 52 escaños de Vox, defensor del centralismo a ultranza y los 42 diputados de partidos nacionalistas periféricos, regionalistas y hasta provinciales.

Cuando alguien estira de un extremo de la cuerda siempre va a haber alguien en el otro cabo. Cualquier movimiento tiene su reacción. Frente al independentismo, el discurso extremo y sobreactuado de la derecha, frente al discurso deslegitimador de las comunidades autónomas, el voto reivindicativo local.

No estamos tampoco ante un resultado que dificulte más la formación de gobierno que en abril del 2019, el movimiento anti Sánchez solo ha tenido rédito en la ultraderecha, que ha fagocitado a Ciudadanos y frenado al Partido Popular que deja a su líder Pablo Casado mirando de reojo a Galicia. Aunque el PSOE pierde votos y escaños, es el único partido sobre el que puede pivotar el nuevo Gobierno de España, y resulta difícil votar en contra de su investidura, saliendo fotografiado con Vox.

A ningún partido, a excepción de los antisistema, le interesa unas nuevas elecciones que no harían sino reforzar esta respuesta de hastío. El PSOE, visto que las expectativas de una mayoría suficiente no se han alcanzado, habrá entendido que los gobiernos ahora o son de coalición o de pacto de gobernabilidad. Parece difícil que Pablo Casado se abstenga en la investidura de Pedro Sánchez, y le deje el camino libre como jefe de la oposición a Santiago Abascal para recurrir «todas las acciones y leyes liberticidas». El terremoto político se ha producido en la derecha y hay que esperar a que se recomponga antes de que Casado fragüe su nuevo perfil de político de Estado. Podemos resiste la tormenta, aunque sigue bajando elección tras elección. La conciencia de esta debilidad también favorece a que ahora, sí, se produzca un acuerdo entre los partidos progresistas que entiendan a su vez el sentimiento plurinacional de este país. Con un nacionalismo periférico fortalecido, en el caso catalán con unas elecciones autonómicas a corto plazo que preferirá apoyar de nuevo a Sánchez que jugar a la ruleta rusa.