La llamada de Aznar a Bush rechazando la retirada de las tropas de Irak ordenada por el nuevo presidente del Gobierno español es tan inoportuna como desdichada. La postura del antiguo líder del PP, que muchos españoles compartían y siguen compartiendo, era firme y neta. La llamada al presidente norteamericana resulta, por tanto, innecesaria desde el punto de vista de la honrilla personal, inútil desde el punto de vista político y simplemente lamentable en el plano institucional.

En verdad, no se debe predicar una cosa y hacer justamente la contraria. Aznar y quienes estaban claramente a favor del derrocamiento del sanguinario Sadam Husein y de la alianza con EEUU, tienen todo el derecho del mundo a defender su postura. Aznar, que ahora es sólo un particular, no puede interferir en el camino del presidente Rodríguez Zapatero. Disienta, si quiere, en el Parlamento o en foro público; pero respete la acción de su gobierno --sí, de su gobierno--, ante mandatarios de terceros países.

Zapatero, siendo un incauto candidato, protagonizó un hecho tan bochornoso como el de Aznar, cuando se prestó a mediar --sin que el gobierno legítimo se lo pidiera-- con Marruecos. Hizo entonces el socialista el ridículo y dejó su patriotismo --que de eso se trata, señores-- bastante maltrecho a los pies de Mohamed VI. El aspeado líder popular ha hecho ahora una tontería similar, indigna de un hombre con sentido de estado. Como él mismo gustaba de decir antes en tono retador: ahora no tocaba.

*Periodista