Hay cargos públicos a los que es difícil aplicarles el prefijo ex si, como en el caso del alcalde Belloch, su legado permanece y permanecerá por los tiempos en Zaragoza, una ciudad a la que llegó de rebote. Es importante recalcarlo, porque Belloch nació en Teruel, estudió en Barcelona, ejerció la judicatura en el País Vasco y fue ministro de dos carteras al mismo tiempo en Madrid. Aún le llamaban superministro cuando en 1996 se presentó por Zaragoza al Congreso de los Diputados y pasó a ser solo cunero porque su relación con la ciudad era nula. Hasta entonces. Se volcó de tal manera que no dudó en presentarse a la alcaldía con un programa electoral que nos hizo salivar a muchos. Tomó la idea del arquitecto Carlos Miret de celebrar el bicentenario de los Sitios con una exposición que obligara a los zaragozanos a convivir con el Ebro, cuidarlo y reivindicarlo. Perdió las elecciones pero no tuvo ningún reparo en prestarle la idea a la alcaldesa Rudi, dado que el tiempo para lograr la Expo apremiaba. Tuvo que llegar Atarés para mantener caliente el proyecto hasta que, al fin, Belloch ganó la alcaldía. Y una cosa llevó a la otra hasta lograr la mayor modernización urbanística de la ciudad expandiéndola de norte a sur y mejorando las infraestructuras. El alcalde Azcón le ha impuesto la Medalla de Oro por su «servicio extraordinario» a la ciudad. Dice que hoy no podría asumir semejante responsabilidad porque le faltan fuerzas. Y también porque acabó agotado. Detrás de ese empeño hubo mucho trabajo y una dura labor diplomática que en algunos casos se libró en el comedor de su casa, con su mujer, Mari Cruz, ejerciendo de anfitriona y cocinera. También algunos sinsabores, pero él se aplica la máxima de Wittgenstein, su filósofo de cabecera, y pone límites a la expresión de sus pensamientos.

*Periodista