Zaragoza y todo Aragón recibieron ayer un baño de alegría, una inmersión (no por esperada menos gratificante) en el dulce estanque de la victoria. Siendo éste un fenómeno poco habitual en nuestra reciente Historia, parece lógico que se diese rienda suelta a la fiesta y que la plaza del Pilar se llenase de gente (como en las grandes ocasiones) dispuesta a festejar el éxito.

Un éxito por goleada que demuestra con la fuerza de los hechos que las interesadas admoniciones sobre la ruina de la política exterior de España han sido pura fantasía. Un éxito que a todos atañe y que a todos compromete. Un éxito que a partir de ahora debe trasladarse a la acción para llegar al 2008 como se llegó ayer a París: con los deberes bien hechos y el triunfo como única meta.

Tras la alegría vendrá de inmediato la hora de la responsabilidad. Organizar una Exposición Universal y poner a punto la ciudad para acoger tal acontecimiento no será cosa fácil. Lograr en poco más de tres años que el meandro de Ranillas se convierta en un lugar capaz de atraer a millones de personas también va a tener más de una complicación. Zaragoza y Aragón deben demostrar ahora que son capaces de aprovechar esta oportunidad. Seguro que sí.