Lo llamo amor cuando quiero decir sexo por homenajear a Gabriel García Márquez, pero centrémonos, que la columna es corta. Yo, como ciudadana, ya me he acostumbrado a no hacer cosa ninguna sin saber qué se recomienda al respecto. No me fío de mí, que no entiendo de virus; imagino que ustedes tampoco, así que hagan caso: Lo primero y principal es olvidarse de los besos. Sexo ya veremos, pero besos de ninguna manera, como Pretty Woman. Para las que alguna vez soñaron ser como ella, recuerde su alma dormida que en ocasiones uno le pide a Dios sus deseos y llega el diablo y te los concede. Más allá de no besar, se recomienda el uso de mascarillas. Tal vez no suene muy sexy, pero como también se recomienda que al elegir la postura optemos porque uno de los, digamos, participantes dé la espalda al otro, pues no te ves las caras y ojos que no ven, corazón que no siente. No pongan pegas, que no está el horno para bollos.

Un amigo mío es incluso partidario de que se den la espalda ambos participantes y evitemos líos. Ustedes verán, yo no me meto. Por otra parte, si su pareja es persona de riesgo o lo es usted mismo, dese a la masturbación o al cibersexo, como los maridos de aquellas de Móstoles. No piensen ni por asomo en tener relaciones con alguien nuevo, ni aunque sean de los privilegiados que pueden conocer gente paseando al perro. Con la pareja (y siempre que se esté sano, aunque eso... ya decía el ínclito Raphael: qué sabe nadie), pues bueno, parece recomendable. Pero yo no me fiaría, yo me haría seguidora de Cicerón y su contundente «con la virtud por guía, con la fortuna por compañera». El que quiera sexo, que lo haga con el pensamiento. No sé cómo acabará el pobre pensamiento si se lo beneficia todo el mundo pero, oye, no podemos ocuparnos también de eso. Hay prioridades.

*Filóloga y escritora