Políticamente difunto Mariano Rajoy, que no quiso ser un Adriano, ni tener un Antínoo, la efebocracia se ha instalado en esta Hispania de las elecciones de abril y de los idus de marzo.

Nuestros jóvenes, sobradamente preparados y efébicos líderes, recorren la piel de toro cosiendo sus costurones, y los de sus epidermis internas.

Muy seguro y relajado se ve a Pedro Sánchez, en plan humilde y ganador, aupado por las mismas encuestas que hace un año le vaticinaban un pronto retiro, pero que ahora apuntan a retirar a sus rivales del camino del poder.

Lejos queda aquella foto suya con otro ilustre efebócrata, Albert Rivera, ambos posando como hombres de Estado ante el futuro de España. Hoy Pedro el Guapo y Naranjito se aborrecen. Albert la ha tomado con Pedro, su amistad se ha tornado inquina, no lo quiere ni en pintura y hay que sacarlo, dice, echarlo de Moncloa, repite, antes de que entregue las llaves de Hispania a los rebeldes del nada efébico Torra y al quintacolumnismo de Pablo Iglesias, efebo de indignados y césar a su vez del Ganímedes de Izquierda Unida, Alberto Garzón, el menos dotado de la corte, quien con mayor facilidad se deja quitar el dónut, la cartera y hasta las siglas, siendo por lo mismo el más tierno y querido de la familia, y sin duda una buena persona (lo peor que te pueden decir en política).

Por su parte, Pablo Casado, manumitido efebo del césar Aznar, deshoja la margarita: si echarle al cóctel de la derecha la naranjita de Ciudadanos o el limón y limoncello, más ácido, de Salvini y Vox. Santiago Abascal, efebo de pelo en pecho criado en las legiones y armado hasta los dientes le ha retado a lucha singular, en la que sólo sobreviva el más fuerte.

Galante, Albert ha salido al quite de Pablo. Le ofrece una alianza para echar a Pedro y frenar a Santi, pero no sin, al mismo tiempo, tirarle una pullita al futuro socio. Según Cs, el PP va a perder la mitad de los votos, siendo en consecuencia más lógico, arguyen, apoyar a Ciudadanos y que Albert presida el futuro gobierno.

Entre tanto efebo hispánico se echa en falta algún adulto que, como el césar filósofo Marco Aurelio, tuviera incluso pensamiento.