La historia presenta dos versiones encontradas: la del vencedor, que siembra el camposanto de lápidas heroicas con nombres y apellidos, y la del derrotado, una tapia expatriada de los límites de toda gloria y repasada por la espátula del olvido oficial. El sistema lucha, por sistema, para que enmudecer a los herederos de las almas que se agolpan en fosas comunes y otras tumbas indignas, esos revolucionarios que reclaman memoria para sus muertos, no venganza ni revancha. Ascensión Mendieta fue una de esos rebeldes: acaba de morir muy en paz a los 92 años después de una vida dedicada a recuperar los restos de su padre, enterrado, previo asesinato, en un agujero de Sacedón (Guadalajara) en 1939. Lo logró gracias a una jueza argentina, a 10.000 kilómetros del crimen y ayudada por donaciones económicas extranjeras.

Se quedó huérfana a los 13 años y se armó de valor para emprender un viaje sin retorno por el camino de la entereza, sin miedo, con el pebetero de la conciencia encendido entre oscuros despachos y desidias burocráticas. Cuando su rostro perdió la frescura de la infancia y la vejez cuarteó su piel que no su perseverancia, tomó un avión a Buenos Aires y allí la escuchó y la atendió en 2013 María Servini, que instruye desde el país sudamericano la única causa que investiga los crímenes del franquismo. En 2017, Ascensión Mendieta asistió a la exhumación de los restos de su padre, Timoteo, rescatado por su hija del silencio cobarde y cómplice.

¿Ha muerto Ascensión? Esa batalla ganada, con la que ayudó a otras familias a rescatar de la ignominia a sus seres queridos, rocía su figura y sobre todo su tesón de una naturaleza atemporal que trasciende más allá de himnos, banderas, tiranos y políticos perezosos y fortalece la fe de las personas que aún siguen escarbando por un derecho fundamental. Tuvo como patria la familia y como fusil la necesidad de perseguir la justicia. Yacerá en el camposanto de los limpios de corazón, junto a su padre, para recordarnos todos los días que bajo la tierra de este país todavía hay perdedores que reclaman sin ira el triunfo de la memoria.