La esencia del comportamiento democrático radica en la permanente disposición de los responsables políticos a rendir cuentas de sus actos a los ciudadanos. La política otorga el derecho, a quienes han transferido su confianza legitimando el ejercicio del poder, a examinar a los responsables políticos en el ejercicio de sus actos. Desde estos parámetros imprescindibles en el estado de derecho, el expresidente José María Aznar se hace un flaco favor a sí mismo al negarse a explicar a los ciudadanos las circunstancias en las que su gobierno contrató los servicios de un lobi norteamericano para conseguir para él la Medalla del Congreso de los Estados Unidos. Su silencio no termina por ser cosa distinta que una confesión de imposibilidad para explicar un comportamiento que no tiene justificación política.

El ex presidente Aznar se encuentra sumido en una de esas circunstancias inmisericordes de la historia que trasladan a un dirigente desde la cúspide hasta el infierno. Nada de lo que ocurre estaba previsto por José María Aznar, lo que confirma que la política jamás permite certificar la vigencia de los diseños de laboratorio.

Todo eso se ha diluido como un azucarillo en un vaso de agua. El ex presidente ya no puede utilizar el desdén de los adversarios como un arma política eficaz. Si él siente desprecio por quienes le piden explicaciones de la utilización de dinero público para su gloria personal, es un intento que ya no tiene vigencia porque no se soporta en una capacidad mediática que lo haga eficaz.

*Periodista.