La moral corrige al instinto: y el amor corrige a la moral (J.Ortega y Gasset).

Hoy la ética o moralidad civil, entendida como comportarse bien mutuamente, casi ha suplido teóricamente a la religión en el rango cultural, y amenaza a la política con ponerla contra las cuerdas por su corrupción y corruptelas. Pero a la su vez la ética corre el peligro de quedar en buenas maneras y lindas formas, en bellas palabras, como si se tratara de mera formalidad. Mas la ética trata y replantea el bien, lo bueno y la bondad no ya en mera teoría, sino en su encuentro real y problemático con el mal, lo malo y la maldad. Deberíamos comenzar por diferenciar y aclarar estos conceptos fundamentales de la ética, a menudo confusos o confundidos.

El bien señala lo positivo en sí mismo y lo perfecto, y es el objeto y sujeto de una ética trascendente y platónica. En efecto, el bien trasciende a lo bueno y la bondad, situándose como un ideal de nuestra razón, el culmen de la pirámide humana, presidido por la luz purista del sol lejos de las sombras y su oscuridad. Sin embargo, lo que ocurre realmente es que la oscuridad resulta la sombra que resalta paradójicamente divisar al sol, como el mal es la sombra que acompaña indeleblemente al propio bien. No hay por lo tanto el bien en sí puro, sino un bien rodeado de tinieblas y atravesado por ellas, no debiendo olvidar nunca el mal que lo acecha y circunda, para no recaer en absolutismos y perfeccionismos perfectamente inútiles y a menudo contraproducentes.

Un peldaño abajo

Descendiendo un peldaño desde lo alto del bien, comparece lo bueno como un bien más cercano, ya que comparte su positividad democráticamente. Así como en el bien se fundan las éticas fundamentales y a veces fundamentalistas, en lo bueno se basan las éticas hedonistas de la felicidad y el bienestar, más afines a Aristóteles y su razón sensible. El bien es más abstracto o inteligible, lo bueno es más político y cercano. Pero también lo bueno corre el peligro de olvidarse de lo malo como su sombra o revés, recayendo en un buenismo según el cual la gente sería buena sin discriminación. Mientras que la derecha tiende a proyectar una ética del bien trascendente, la izquierda tiende a proyectar una ética de lo bueno inmanente. En donde la derecha tiene el peligro de perder el pié de la realidad, mientras que la izquierda corre el peligro de perder el pié en la realidad hundiéndose en ella.

La ética del bien vertical sería más derechosa, la ética de lo bueno horizontal sería más izquierdosa. Pero además del bien en general y de lo bueno en concreto, comparece un tercer concepto: la bondad que proyecta una ética de signo más religioso o misticoide, pero de gran importancia antropológica.

La ética de la bondad se diferencia del bien celeste y de lo bueno terrestre por irradiar benevolencia y beneficiencia, generosidad y amor. Jesús de Nazaret y su principio de la caridad encarnan esta ética de la bondad, sin la cual la ética del bien resulta demasiado alta y la ética de lo bueno resulta demasiado corta.

La bondad añade al bien frío la irradiación anímica de un sentido amoroso, así como añade a lo bueno cercano o placentero la apertura radical al otro y su otredad. Su peligro radica a su vez en no tomar en serio la maldad que lo rodea, tal y como comparece paradigmáticamente en la maligna o maliciosa respuesta tanto oficial como popular a la radical bondad del Nazareno, el cual acaba crucificado por los unos y los otros.

Tontos y malvados

Esto último nos recuerda la consideración devaluada de la bondad como tonta por parte de tantos tontos y malvados. Pero también recuerda que la presunta bondad debe irradiarse al otro libérrima y benéficamente, y no imponerse a los demás por encima, como ha solido hacer tantas veces la derecha religiosa o eclesiástica. Concluimos pues afirmando que el bien debe realizarse teniendo en cuenta el mal irremediable, así como lo bueno a lo malo que lo acecha y la bondad a la maldad que la pervierte. Lo cual significa que toda ética debe tener en cuenta el carácter humano del hombre y su temperamento animal o animalesco, precisamente para no predicar en el desierto una ética desleída y deletérea, como tantas veces acontece en nuestro mundo resabiado.