Después de un intenso fin de semana en el que PSOE, Chunta y PP han celebrado sus mítines centrales, la campaña electoral para las elecciones europeas emboca su tramo final. Por muchas e importantes razones no debería ser así pero, bien porque Bruselas nos cae lejos o porque la imagen que se tiene de algunos eurodiputados no es la mejor --en el recuerdo está el caso del diputado español que cambió ficticiamente su residencia a Canarias para poder cobrar más dietas-- lo cierto es que al ciudadano de a pie, al que no tiene más carné que el de identidad y más tarjetas que las de crédito, estas elecciones lo dejan más bien frío. Claro que a tenor de la encuesta del CIS de la pasada semana --única que conozco a la hora de entregar este comentario-- la tendencia podría variar. Y sería bueno que así fuera, porque en Bruselas se toman decisiones de gran trascendencia para los países que formamos la Europa del siglo XXI. Una Europa que tiene, entre otros retos, la aprobación de una Constitución que amparará a mas de 400 millones de habitantes y el conseguir un reparto, justo, de los fondos estructurales. Ese es uno de los aspectos que más debe preocupar a los aragoneses ya que la ampliación de la UE a 25 Estados obliga a una revisión que nos perjudica. Dicho de otro modo: al ser más tocará a menos y, si el criterio de asignación sigue siendo el de renta per capita, el perjuicio será mayor. Por eso hay que sacudir la apatía e ir a votar; por eso y porque, con nuestro voto, podemos contribuir a una Europa fuerte y más solidaria.

*Periodista