Vaya por delante que, a mí, Cayetana Álvarez de Toledo me ha puesto siempre de los nervios. Esa distancia altiva, ese tono despacioso, casi siempre desdeñoso, con el que se dirige a la opinión pública. Esa forma de insultar disimulada bajo un palabrerío pseudointelectual. Me pone de los nervios, ya digo. Lo de menos es lo que dice: en su caso, lo de más es cómo lo dice. Como periodista ya era enervante, pero con no leer lo que escribía, era suficiente. Ahora, en cambio, en primera línea de la política, aunque quieras ignorarla te sale al paso todos los días. Me niego a alabar la inteligencia de esta señora, como hacen sus fans para disculpar lo terrible de su comportamiento. La inteligencia sin control (lo mismo que la velocidad, como decía el anuncio) no sirve para nada. Ser inteligente no la hace menos odiosa, cuando se propone conscientemente serlo. Tener a un personaje así en una organización, alguien cuyo intelecto le hace creer que está por encima del bien y del mal, implica que un día esa misma persona, al verse incomodada, se volverá contra quien la acoge. Como así ha sido.

Con sus críticas injustas a la postura de los políticos del PP de Euskadi (fueron unos héroes, del primero al último, y algunos incluso unos mártires) ha dado muestras de su talante: Cayetana contra el mundo, entendiendo que Cayetana, para sí misma, vale tanto como el mundo. En tiempos en los que es necesario ser más flexible que nunca para adaptarse a un mundo cambiante, la intransigencia de Álvarez de Toledo es un grave error para el PP. Pero mira, también les digo una cosa: allí está porque así lo quieren los que la han puesto. Y, como decía mi abuela, con su pan se lo coman.

*Periodista