Aveces nos olvidamos de que la realidad, unívoca y objetiva, no existe. Que los hechos no ocurren ni se ordenan de forma ajena a nuestra interpretación. Sin ir más lejos, en los 50 años de la llegada a la Luna, también revivimos toda clase de especulaciones sobre las hazañas del Apolo XI. Los hechos van por un lado, mientras las versiones oficiales se forjan más con poder que con verdad. Y las conspiraciones, también. Creamos en ellas o no, son relevantes más allá de su certeza. Su función es cohesionar a la contra, retando al discurso dominante. En una sociedad, tanto construyen los ladrillos como las palabras y los prejuicios, especialmente sobre hechos y lugares que no podemos comprobar. Son versiones que viven en los medios y definen el marco mental. Algunas son auténticas conspiranoias. Catalogar un discurso como conspiración es una forma de condenar esa visión al descrédito del eterno rumor.Viví el abismo entre titulares y realidad en Irán. Fuimos cuando empezó a escalar la tensión con EEUU. Nos habían contado que más allá de la retórica nuclear, la hospitalidad era su fuerte. Una vez allí, pudimos confirmar que es un conflicto meramente diplomático, pero que se concreta en graves consecuencias para 80 millones de personas honradas. En el día a día, lo que se percibe es un rechazo a la política internacional, pero más aún hacia el régimen del gran líder. Te preguntan qué haces ahí si es un país lleno de terroristas. Saben que eso es lo que nos llega. Sentía pena y vergüenza de ser «occidental». Pero todo discurso tiene sus costuras, y estábamos allí para buscarlas. H *Investigadora